Marca d’Ibarra
(La bibliofília) El col·leccionisme és una altra cosa. Si hem arribat a dotar-nos d’una biblioteca personal és perquè voldríem tenir a mà quants més llibres millor, per si s’escau algun dia llegir-los. Però acumular-los no és l’important.
A un li fascinen els llibres. Encara que, abans que un bibliòfil en el sentit clàssic, un es considera un bibliòfag, un devorador de llibres. I, abans que un col·leccionista, un lector, un curiós en desig de comunicació permanent amb gents que han destil·lat coneixement de la seva experiència humana. Un té alguns milers de llibres, això sí, i somia en poder-los dedicar un dia el temps i l’espai que es mereixen.
Un se sent més abans un bibliòfil – en el sentit d’un amant dels llibres, un apassionat dels llibres – que pròpiament un col·leccionista. Fer col·lecció d’alguna cosa – siguin llibres, segells o el que sigui – demana la convicció que hi ha una totalitat perfectament definida d’alguna cosa els buits de la qual es poden anar completant amb tenacitat i paciència. Un col·leccionista té, com el que fa mots encreuats, una idea acabada d’alguna cosa. I voldria poder tancar l’àlbum algun dia.
Un no té aquesta obsessió per posseir res idealment preestablert. Crec que la sorpresa i el misteri desmenteixen qualsevol pretensió humana de voler quadrar la realitat com sigui. Col·leccionar té molt a veure amb recol·lecta i amb ‘encant’, però els seus motors són l’explotació i la recerca. Un bibliòfil sol ser un aventurer, un caçador de peces d’ocasió, algú que se sent feliç en companyia dels seus trofeus “.
“Ésser bibliòfil”, Oriol Pi de Cabanyes, a La Vanguardia el 10/05/2006.
“ Refugiémonos en las librerías de viejo; compremos libros viejos. Comprémoslos por la sencilla e imperiosa razón de que no podemos comprar libros nuevos. Ya no se imprimen libros. Se publican todos los meses centenares de libros nuevos, y no se imprime ninguno. No pueden llamarse libros lo que al presente sale de las imprentas. Son objetos que se fabrican brutalmente, lo mismo que se fabrican otros artefactos y chismes de la industria. Los maravillosos adelantos del arte de imprimir – estereotipia, linotipia, etc.- han matado el bello oficio del tipógrafo. Sobre papel malo, deleznable, estampan caracteres borrosos, sucios; se encuaderna desgarbadamente después; se lanza el volumen al mercado como otra mercancía cualquiera. Lo importante es imprimir mucho y rápidamente. La misma industria de la imprenta ha acabado con el arte de imprimir. Y el desamor de los tipógrafos ha acabado de realizar la obra funesta. En Madrid no se puede imprimir hoy un libro elegantemente. Sancha e Ibarra, los grandes impresores del siglo XVII ( sic), no tienen descendientes. No se podría tampoco encuadernar bellamente un libro si no quedaran uno o dos encuadernadores amantes de su arte. No aman su arte los tipógrafos. Y se puede pasar por alto en cuanto a las reivindicaciones de los tipógrafos – más o menos
Marca de Sancha
exorbitantes o justas; no lo discutimos -; pero sean cualesquiera las reivindicaciones de los tipógrafos, lo esencial sería que el trabajo que dieran, más largo o más corto, mejor o peor retribuido, fuera realizado concienzuda, escrupulosa, fervorosamente. Lo peor que puede sucederle a un obrero cualquiera, el que escribe o el que imprime, es perder el amor a su trabajo. Luchemos ardientemente porque nuestro esfuerzo sea retribuido con justicia; esforcémonos, con perseverancia y tesón, por que el esfuerzo que realizamos sea realizado en las mejores condiciones posibles – económicas e higiénicas -; pero realicemos el trabajo que hayamos de realizar escrupulosamente, con amor, con fervor. Una vez ante la tarea, olvidémoslo todo, y sólo veamos la perfección en la obra que hemos de realizar.
No se imprimen ya libros. No hay libros nuevos. El arte de imprimir se acaba. El arte, tan sencillo, tan bello, de colocar trazos negros en una página blanca – de colocarlos armoniosamente – está en sus postrimerías. Compremos libros viejos; refugiémonos en los puestecillos de estos perseverantes, callados, modestos difundidores de la cultura.
Article: “En la feria de libros viejos”, Azorín a ABC Madrid del 11 d’octubre de 1922, p.3