“ Sí, però un trobarà només el que busca ( a Abebooks), a diferència del que ocorre en una llibreria de vell, on un pot ensopegar-se amb un llibre l’existència del qual ignorava fins a aquest moment”.
BONNET, Jacques: Bibliotecas llenas de fantasmas, Ed. Anagrama, B, 2010, p. 22.
“El espíritu del hombre se inicia y termina con el libro. Le acompaña en sus balbuceos de la infancia, le forma en la juventud, le guía en la madurez y le consuela en la vejez y en la hora de la muerte.
Algunos aman el libro por sus ediciones originales. Anhelan poseerlo para conocerlo. Buscan en él al amigo y al maestro. Otros, en cambio, al adquirir un libro, no pretenden más que poseer un precioso objeto más en su colección. A los primeros se les llama bibliófilos; son bibliómanos estos últimos.
Si al bibliófilo se le puede considerar como el monástico de la cultura impresa, el bibliómano es el acaparador sin fruto de la misma, y tanto más peligroso, desde el momento en que éste puede ser el punto de partida para un proselitismo contagioso.
La delicada e inocente afición de aquel, puede llegar a ser en éste una aguda enfermedad, llevada hasta el delirio. El bibliófilo puede convertirse en bibliómano sólo con dar un paso. Según Charles Nodier, basta para ello que su fortuna crezca o que su espíritu mengüe; inconveniente éste más común que el primero.
A un bibliómano le domina el afán de reunir libros, de tenerlos cerca de él, de poderlos admirar siempre; pero no por las enseñanzas que puedan contener, no por el fruto que puedan sacar de su lectura; el bibliómano apenas lee. Le interesa el golpe de vista, y de tal forma, que para él es más valioso un libro por su encuadernación o por sus grabados que por su contenido.
Si desea ardientemente algún libro, no repara en prejuicios de ninguna clase y procura poseerlo por cualquier medio.
Diddin se envanece, en una de sus cartas, de haber permanecido solo en una biblioteca y haber resistido la tentación de no guardar en sus bolsillos ninguno de los libros puestos a su alcance.
En estas circunstancias, el bibliómano debe sentir la misma impresión que un niño que llega un día a encontrarse solo en la habitación prohibida para él, en la sala encantada donde nunca ha tenido acceso. Primeramente, lo mirará todo con ojos espantados, luego con curiosidad y por fin tocará esto, cogerá aquello, romperá lo de más allá, y en breves momentos será dueño absoluto de todo cuanto le rodea”.
Article: “ Bibliómanos” de A. Fernández Balbas, a la revista El Bibliófilo, pp.23.