
“A tot això no us he parlat dels llibres moderns que produeix aquest país. En primer lloc és perquè produeix molt poc i massa insignificant al capdamunt per que us ho esmenti; en segon lloc, és perquè necessitaria per a aquest tema dir alguna cosa sobre la llibertat de premsa; doncs em preocupa molt poc publicar el que penso d’ella, per por de ser lapidat pel món civilitzat.
Per fer-me tirar les menys pedres possibles a causa d’aquest assumpte passaré per alt com s’imputa a aquesta estimada premsa llibertada: calúmnia sense control, lloança o blasme mitjançant diners, espionatge de la vida privada, indiscreció sovint funesta, xerrameca indigna de resposta, difusió de la mentida, disfressa de la ciència, covardia de l’ànim, etc., etc., i una pàgina sencera de et cætera. Per la meva part té altres inconvenients, inconvenients de bibliòfil i que aneu a compartir amb mi immediatament, sense perjudici dels altres.
Primer mal.- Adéu per sempre als llibres que es fan molt rars perquè han estat prohibits, perquè es van imprimir clandestinament, perquè es destruïa l’edició o perquè es feia cartró amb ells. Quin mèrit podran tenir als ulls de la nostra posteritat aquests milions de llibres necis que es publiquen actualment amb tota llibertat i que només la vareta màgica de l’índex podria treure de l’oblit i del menyspreu que es mereixen?
Segon mal.- Vostè que ha fet bibliografies especials, sap la feina que costa fer alguna cosa completa en aquesta matèria. Apliqui als seus records al futur i pensi en els nostres descendents! Els nostres pobres descendents !, el meu esperit es torba i el meu cor s’oprimeix al pensar com la llibertat de premsa va: “A preparar tortures als nostres Peignots futurs”!
Tercer mal.- En un centenar d’anys, l’organització una mica metòdica d’una biblioteca, la formació d’un catàleg, la professió de bibliotecari, seran possibles ?, será lícit dir bibliògraf o bibliòfil en una època en què la massa i la qualitat de la farda ja impresa, depassant tots els càlculs possibles arrossegarà indubtablement als manicomis a qui allà intenti orientar-se? I aquesta reputació de bogeria, patrimoni dels nostres successors, no recaurà sobre els qui els hem precedit en la carrera, sobre nosaltres a qui ja l’opinió contemporània sospita una lleugera alienació mental?
SOBOLEVSKY, Sergio: Bibliofilia Romántica Española (1850), Ed. Castalia, València, 1951, pàg. 76-78. Colección Ibarra X.
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“ Lo dice Juan Manuel Bonet en algún fragmento de La Ronda de los días en lo que respecta al vicio o al deporte de buscar libros viejos, resulta imposible explicarle dónde está la gracia a quien no comparta la afición, y en cuanto a quien la comparta, cuantas menos pistas se le den, mejor.
Llamémosle vicio, sí, sin problema, le da estatura, pero por favor, nada de bibliofilia: bibliofilia es gusto por el libro, y, si es por etimología, tan bibliófilo es el chaval que fui con una sola estantería de libros de bolsillo que el hombre que soy con la casa anegada de libros. Cualquiera con una habitación llena de libros es bibliófilo: no importa que lo primero que te diga es que no es bibliófilo porque no colecciona primeras ediciones o subraya los libros o, colmo de la insensatez, los presta a quien se los pida. La bibliofilia, en la acepción vulgar, referida a quienes coleccionan libros antiguos o buscan primeras ediciones, suena a decoración y de hecho los ingleses distinguen bien al bibliófilo del bibliómano: el primero es el que tiene los libros exquisitamenteordenados y gusta de lucirlos, ahí están en hileras precisas y podría estar dos horas hablándote de las estanterías, si caoba o pino o lo que sea. Le ha impuesto unas fronteras a su biblioteca para que no perjudiques su vida cotidiana, la biblioteca es el sitio de su recreo, y lo peor de todo: suele encuadernar sus tesoros. Al bibliómano los libros lo devoran, los tiene en montones por todas partes, en las estanterías las hileras hace tiempo que faltaron al respeto al orden y hay dos o tres en cada una de ellas, porque se niega a imponerle fronteras al monstruo; llegarà el momento en que tenga que sacar los libros al rellano o al porche, y lo hará sin dudarlo: no espera la visita de ningún fotógrafo de revista de decoración. La decoración

no es su fuerte, no sabe ni le interesa si el pino es mejor que la caoba. El castillo de Alberto Manguel con sus libros perfectamente ordenados no le da la menor envidia, las naves de Abelardo Linares y su portentoso desorden de cajas llenas y pasillos de libros que se pierden en la honda oscuridad, sí, mucha. El bibliófilo es rico, por pobre que sea, y el bibliómano es pobre, por dinero que tenga. Hay otro termómetro para distinguirlos: el bibliófilo solo habla de grandes nombres, primeras ediciones de Stevenson y de Voltaire, si pierde el sueño por un libro es por la edición inglesa de Moby Dick, que se tituló La ballena y no vendió ni cien ejemplares; el bibliómano, sin embargo, tiene la sangre infectada de nombres de autores menores de los que no se acuerdan ni sus herederos, está convencido que por debajo de la historia oficial hay otra historia, más verdadera, ve el panorama como un mar, esos barcos tan pomposos o estilizados o bonitos son desde luego los grandes nombres, y no les hace ascos, ojalá pudiera procurárselos todos, pero sabe que por debajo de ellos hay decenas de ahogados y su misión es hacerlos sobrevivir, aunque sea en el pequeño reducto independiente de su biblioteca. Sabe, en fin, que la literatura no tiene que ver con la historia de la literatura como la vida no tiene nada que ver con la historia. Sabe que a lo más que se parece el modo en que se fabrica una historia es a los castells humanos: hacen falta treinta en el suelo sobre los que se suban quince, sobre los que se suban ocho, sobre los que se suban cuatro, sobre los que se suban dos, sobre los que se suba uno, el clásico. Al bibliófilo le interesa el que culmina el castell o los dos sobre los que trepa, al bibliómano le interesan todos ellos, pero sobre todo los treinta del suelo.
Por supuesto esta diferenciación entre especímenes es muy aproximada y consiente todas las aproximaciones y mezclas que se quieran. En realidad, hay tantos tipos de bibliófilos y de bibliómanos como buscadores de libros hay. Cada cual tiene su canción, sus intereses, sus gustos. Pero a todos ellos les resultaría muy difícil explicar dónde está la gracia a quien no se la vea. Casi todos ellos han reparado en algún momento en lo insensato de su vicio, pero han tachado rápidamente ese pensamiento para seguir al viento de los libreros, gremio donde toda la escala social está representada, desde la aristocracia donde respirar el polvo de libros de trescientos años cuesta dinero, hasta el tablón donde alguien que empieza expone tres docenas de volúmenes. Así que por ahí es mejor ni intentarlo, porque hacer proselitismo de un vicio es tontería”.
Article:”Dónde está la gracia” de Juan Bonilla, a Jot Down Magazine, núm. 22, de març de 2018, p.22-23. https://www.jotdown.es/2021/05/donde-esta-la-gracia/

