“Un llibre pot arribar a ser una obra d’art i per aconseguir obres d’art no hi ha fórmules que valguin. Amb tots els elements estudiats es pot fer un llibre bell o es pot fallar. L’excel·lència de les parts no condueix forçosament a la perfecció del tot. Els elements que formen un llibre han de ser manejats per un artista que tingui una idea de conjunt. Això no vol dir que l’il·lustrador tingui forçosament de treballar al dictat, però sí que ha d’obeir a unes directrius encaminades a l’harmonia total. El caràcter i la personalitat d’un llibre són les característiques més difícils d’aconseguir i no es poden deixar a l’atzar. Si cada llibre és diferent pel que fa al text que conté, la materialitat del mateix ha de tenir així mateix unes peculiaritats pròpies. No abonem l’originalitat com a sistema o com a meta, sinó com a resultant lògica de les coses.
Un llibre d’alta bibliofília no solament és un text, unes il·lustracions, o un magnífic paper, sinó tots aquests elements alhora, i una cosa única i alhora diferent.
Marca tipogràfica de Ludwig Elzevir ( Leiden, 1595).
Davant d’aquestes consideracions hem assistit a l’imperi d’altres molt diferents i que sovint han estat les següents:
1ª Un llibre de bibliòfil ha de ser un llibre car.
2ª Ha de ser de tiratge limitat.
3a Ha d’estar il·lustrat.
4a Ha d’estar imprès sobre paper de fil.
…/…
Per a més d’un esperit simplista, la sola possessió d’una d’aquestes característiques ja justifica el qualificatiu de llibre per bibliòfil.
Efectivament, un llibre per a bibliòfil pot resultar car, perquè les coses ben fetes necessiten temps per fer-les i el temps s’ha de pagar, com igualment és costós el paper bo i cal pagar també l’il·lustrador. Però no sempre els llibres més cars són els millors i amb elements senzills es poden fer grans coses. L’harmonia i l’equilibri, la direcció encertada no tenen res a veure amb les despeses materials. Edicions atapeïdes amb il·lustracions i coloraines poden ser un desastre.
Un llibre pot ser bell amb poques il·lustracions i fins i tot sense cap, cal veure pàgines impreses pels grans artistes impressors – hem dit grans artistes impressors, no grans impressors -, per comprendre tota la bellesa que pot resultar del simple joc de les lletres negres sobre el paper. Bodoni, els Elzevir, Ibarra, ens han llegat pàgines de suprema harmonia, concebudes amb un esperit gairebé podríem dir arquitectònic. La il·lustració és bona i desitjable com a element de riquesa i quan està en funció de la tipografia..
Técnicas del Grabado Calcográfico y su estampación de Jaume Pla. Eds. Omega, Barcelona, 1986, 3ªed.pp. 174-175.
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“ –Y a ese Gustavo Gili, editor, a quien no tengo el gusto de conocer ni en sueños; le ha cogido muy en serio; porque, además de esta Semana Santa, anuncia, bajo el signo de “La Cometa”, otras varias obras de bibliofilia lujosa – El sombrero de tres picos, con aguafuertes de Javier Nogués; El alcalde de Zalamea, con litografías de José de Togores; La vida es sueño, con hojas de Enrique Ricart; las Elegías, de Eduardo Marquina, con puntas secas debidas a una dama artista, Laura Albéniz de Moya, hija del gran compositor-; una serie de libros, en fin, en los cuales el editor va a perder todo el dinero que le cuesten.
El Alcalde de Zalamea
-¿ Cree usted? Le advierto que ese hombre lleva ya empleada en libros – en ejemplares comprados para su biblioteca particular – una verdadera fortuna.
-¡Qué barbaridad! De tanto tratar en libros habrá acabado como don Quijote, por ser víctima de ellos.
– Hay que reconocer, en todo caso, que si esto es locura, es la más noble locura para un editor.
– Y ahora quiere contagiar a los menos lectores ¿ no es eso?
– Por ahí anda, realmente. Se le ha metido en la cabeza que lo que se hace en los países más cultos de Europa, y especialmente en Francia, no hay razón ninguna para que no se haga aquí.
– Mucha ambición es esa.
– Ciertamente. ¡Cualquiera se pone a fabricar y vender libros-joyas, en un país en donde los primeros escritores no tiran ni venden más de dos mil ejemplares baratos, de los de a cinco pesetas!… Vamos a ver; usted misma, ¡qué regalo prefiere? ¿ El Renard de antaño o el libro de hogaño?
– El libro me gusta muchísimo, pero la piel…
– Sea usted sincera.
– Pues la piel, no sé; cuando menos podrá durarme varias temporadas.
-¿ Nada más?
– ¿ Y le parece poco?
– Pues cuando del Renard no le quede a usted ni un vago ni apolillado recuerdo, ese ejemplar de Semana Santa, imperecedero como el mármol y el bronce, habrá alcanzado por su íntima y misteriosa virtud, sin moverse de la vitrina o la biblioteca donde usted lo guarde, por lo menos el triple del valor que ahora tiene.
-¿ Es posible?
– Seguro. Tal es la peregrina y mágica vitalidad del libro-joya. No basta el dinero para saber apreciar el verdadero talismán, y distinguir el libro que es una obra de arte, o una obra rara, del que sólo refleja un esnobismo pasajero. Es necesario, además, tener el gusto y la inteligencia de la bibliofilia. Pero, con ellos, no hay valor en el mundo – ni petróleos, ni minas de carbón, ni fuerzas eléctricas, ni algodones, ni azúcares – que haya alcanzado, en los últimos veinte años, un alza comparable a la obtenida por algunos libros que al salir a la luz sólo llamaron la atención de “cuatro locos” y de “cuatro gatos”
– ¿ Y cómo habríamos podido ser uno de ellos?
– Usted y yo, querida amiga, habríamos podido comprar, por ejemplo, no hace muchos años, un ejemplar de Las florecillas de San Francisco, ilustradas por Mauricio Denis. Habríamos pagado por ellas, en el peor de los casos, unos 400 francos. Y a estas horas, siempre que nos diese la gana, podríamos venderlas por 20.000. Dígame si usted, su marido o alguna de sus amistades posee un capital, una finca o un valor cualquiera que pueda compararse con ese libro fabuloso.
– Pero, entonces, eso de la bibliofilia, y de las aficiones de lujo, y de los ejemplares únicos, no es ninguna monserga sólo para visionarios.
– Qué va a ser! El día que penetre en España e Hispanoamérica esa especie de intoxicación culta – y no tardará en penetrar – , vamos a tener aquí las sociedades de bibliófilos y de bibliófilas, y los clubs de coleccionistas, y los boletines, y los cambios, y las compraventas, y los anticuarios, y los agentes, y los expertos, y hasta los falsificadores, como ocurre ya en otras partes.
– Entonces los Reyes Magos…
– ¡Ya saben, ya, donde tienen la mano!
– Pero entonces, también, ese editor – ¡y que Dios me perdone! – no debe ser tan loco como yo creía, ni muchísimo menos.
– La locura de la gente que domina su oficio, mi querida amiga, hay que examinarla, antes de diagnosticarla, por lo menos dos veces.
Article: “El libro-joya” de Gaziel, a La Vanguardia de 8 de gener de 1932, p. 5.
Florecillas de San Francisco de Asís, il·lustrador Maurice Denis.( A Pinterest).