“ Barrejats amb els llibres, a vegades s’hi veuen etiquetes, cromos, felicitacions, targes postals, recordatoris, marques d’establiments comercials, segells de correus, etc. És una nota encesa de color, entremig de la grisor del llibre vell; una nota que us sobta i que d’antuvi sembla que no s’hi adigui. Un cop us hi heu avesat, us alegra els ulls. La virolaina us fa pensar en la pintura. I se us acut la idea que aquella parada ve a ésser una mena de bodegó impressionista que s’ha perdut entre les parades dels encantistes de llibres.
A mig matí passa per davant les parades el col·leccionista X. És un senyor alt, esprimatxat, bru, la crinera blanca un xic despentinada, i no es pren la molèstia de mirar els llibres. Veu, però, uns cromos, unes targes o bé unes etiquetes i obre uns ulls com unes taronges; s’atura, titubeja un moment, pregunta què valen uns cromos vuitcentistes, ronseja una mica i acaba comprant-los.
En posseeix una col·lecció important. Què en fa ? No se sap.
El goig, però, de descobrir-los i després de contemplar-los tranquil·lament a casa seva, ningú no li treu del damunt.
Llibre de Llibreters de Vell i de Bibliòfils barcelonins d’abans i d’ara, Jaume Passarell, Ed. Millà, Barcelona, 1949; p.136.
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“ El adjetivo ‘Bibliófilo’ es hoy una palabra cuyo significado no ofrece dudas. Su simple mención suscita en todos nosotros la imagen de un individuo refinado que siente aprecio por determinados libros a causa de su contenido, belleza material o alguna particular rareza. Primera vista, la configuración de esta idea, próxima al estereotipo, es reciente en términos de historia. Pues bien, mi propósito en la presente ocasión es desbancar ese tópico. Ciertamente, en el acervo de nuestra lengua, ‘ bibliofilia’ es una voz tardía, erudita y evocadora, por su etimología, de un amor a philía por el objeto libro. Pero, en realidad, no es tal, sino una pasión y, en consecuencia, encarna el deseo de posesión, la irracionalidad y la desmesura, rasgos, entre otros, que la definen. A mi modo de ver, este afecto del ánimo ha podido surgir desde el nacimiento del primer ejemplar, pues este producto siempre ha sido un bien precioso en la doble acepción del término. Incluso se podría hablar de cierto fetichismo. Ahora bien, la estimación no hay que centrarla exclusivamente en el potencial poseedor del libro. Creo que los otros dos intervinientes en el proceso de su elaboración, esto es, el autor intelectual y el material también son merecedores del mismo título en muchos casos. Por tal motivo y, sobre todo, porque no se le ha prestado la atención debida en su tierra injustamente, voy a apoyar mi postura trayendo a colación la figura de Marco Valerio Marcial ( c. 40-104 d. C.), ciudadano hispanorromano, natural de Bílbilis. A este escritor le debemos las noticias más fidedignas y abundantes sobre la tipología libraría y sus avatares en tiempos de la dinastía Flavia. Gracias a él sabemos que a finales del siglo I coexistían el rollo o volumen, el códice y las tablillas enceradas. La primera modalidad había sido el vehículo idóneo para la transmisión de una literatura clásica desde su nacimiento. Cuando el poeta se refiere a este objeto, siempre destaca su condición de purpúreo y el hecho de estar protegido con aceite de cedro, pulimentado con piedra pómez y reforzado con una varilla a modo de sostén, el umbulicus. Su pasión por el libro le lleva de manera natural a personificarlo en numerosas ocasiones”.
“ El libro tardo antiguo: un íntimo objeto de deseo”, article de Elisa Ruiz García a Bibliofilias ( Exposición con motivo del 38º Congreso Internacional y 21ª Feria Internacional de ILAB, Madrid, 2008), pp. 19-20.