Real Fàbrica de Fundició de Lletra de Barcelona
“ Altre llibreter de l’època, remarcable pel seu amor al llibre, fou Josep Lluch. Aquest llibreter estava establert, des del 1833, al carrer de la Llibreteria. Era molt entès en llibres antics. Quan, l’any 1835, es produí la crema de convents, arriscà la seva vida per salvar els manuscrits, els llibres i els pergamins de les biblioteques dels convents dels Carmelites Descalços que hi havia al carrer del Carme, i dels Dominics de Santa Caterina.
L’endemà mateix va poder treure els llibres que s’havien salvat del convent de Sant Agustí, mitjançant el permís de les autoritats. Per tal de salvar-los va penetrar al convent passant pel soterrani d’una casa del carrer de Sant Pau, que comunicava amb aquell.
És en aquesta època que el llibre antic comença a despertar fort interès entre gent escollida. I és en tal època també que hom ambienta la llegenda barcelonina del llibreter assassí, que féu molta forrolla, ací i a fora, però especialment a l’estranger, de mitjan segle ençà”.
Llibre de Llibreters de Vell i de Bibliòfils barcelonins d’abans i d’ara, Jaume Passarell, Ed. Millà, Barcelona, 1949; pp. 22.
Carmelites Descalços al carrer del Carme cremat al juliol de 1935
“ Madrid se ha inundado de librerías de viejo. Además de los veintitantos puestos de la Feria de libros, no hay ya calle sin importancia o próxima a esta en la que no se haya montado tinglados y cuchitriles, y a veces tiendas en serio, donde se trafica con el libro como si fuera tabaco, azúcar, aceite o cualquier otro artículo de difícil adquisición, por su escasez o carestía. Hay librero que en poco tiempo ha ganado más dinero que Manolete, o aparenta haberlo ganado, a juzgar por el incremento de su negocio y la vida prócer con que se produce en los lugares bien frecuentados. Por estos precios estraperlísticos que ha alcanzado el libro, se comprenderá fácilmente por qué no es hoy el más inteligente el que adquiere más libros, sino aquel que dispone de más dinero. Se me dirá, con error, que eso ha ocurido siempre.
No, siempre no ha ocurrido eso. Cuando estaba el libro al alcance de todas las fortunas, el libro era adquirido por el bibliófilo, puesto que siendo sus búsquedas frecuentes, encontraba el libro antes que el mero caprichoso que visitaba las librerías de tarde en tarde.
Hoy ocurre que el bibliófilo pide precio por el libro que ve antes que el caprichoso adinerado, y como el precio es sencillamente escandaloso, el bibliófilo se retira apabullado y mohíno y el señor con buena cartera, se lleva el libro que enriquecerá su biblioteca pero que nadie cogerá luego para enterarse de lo que dicen sus páginas interesantes.
Los mismos libreros están escandalizados del precio a que algunas veces se ven obligados a comprar los libros a los particulares; pero esa indignación no les dura más que el tiempo que invierten en pagarlos y colocarlos en los estantes. Cuando se han hecho con los libros, desahogan su despecho marcando a su vez en los mismos, y a lápiz, el precio nuevo, con una cifra equivalente al triplo o cuádruplo del precio pagado por ellos.
Hecha esta pequeña manipulación el sosiego vuelve al alma del librero.
No digo nada cuando el libro comprado es de los llamados raros o curiosos, o cree el librero que es de esa categoría. Entonces la estimación del libro sube a las nubes y el libro comprado en diez pesetas es marcado en el angulito superior de la guarda con un ciento setenta y cinco o doscientos como una casa”.
Del llibre: Libros de viaje y Libreros de viejo, de Florencio Bello Sanjuán, G.A.I.C.E., Madrid, 1949, pp. 33-34.