
“ Amb l’edició de bibliòfil apareix l’associacionisme. El 1873 es funda a Paris la primera associació de bibliòfils, la Societé de Amis des Livres, a la qual s’afegiran després els Bibliophiles contemporains ( 1890-1895) i tot seguit els Bibliopihiles independents (1896-1901), totes dues presidides per Octave Uzanne. La més famosa de les associacions d’aquest tipus, Les Cent Bibliophiles va ser creada el 1895 amb la fórmula encara més elitista del nombre limitat de membres, que es repetirà més endavant i arribarà a exportar-se. El 1900 n’hi havia 4, el 1920 eren 6 i a partir de 1925 – l’any en què Jou estableix taller propi al 13 de la rue de Vieux Colombier -, augmenten espectacularment, fins al punt que set anys després ja eren 34. El 1874, Lemerre havia publicat el seu credo del bibliòfil, el primer del seu gènere: Le livre du bibliophile, redactat, segons s’accepta generalment, per un jove Anatole France ( 1844-1924), que aleshores era un dels seus col·laboradors.

L’edició de bibliòfil arriba de seguida a Catalunya. Des de 1873, les edicions purament tipogràfiques de clàssics francesos fetes per Lemerre i compostes amb l’elzeviriana de Perrin van ser imitades a Barcelona amb fidelitat quasi facsimilar per Marià Aguiló amb els volums de la seva Biblioteca Catalana, compostos amb l’Elzevir de Beaudoire i ornaments procedents també de la mateixa Fonderie générale i impresos per Àlvar Verdaguer. Aguiló, patriarca de la filologia catalana i de tantes altres coses, connaisseur excepcional del nostre patrimoni bibliogràfic, és també qui importa directament de França l’edició de bibliòfil quan tot just acabava de néixer. Les opinions de Lemerre respecte a la cura i l’exactitud textual i fins i tot ortogràfica amb què calia reproduir els textos antics, tal com les farà exposar al Livre du bibliophile, s’avenien com l’anell al dit amb les d’Aguiló, que justament dedica la seva activitat d’editor bibliòfil a la divulgació de la literatura catalana medieval.”
“Art de la impremta i edició de bibliòfil” de Josep M. Pujol, en el llibre Tres arquitectes del llibre: Lluís Fou, Jaume Pla i Miquel Plana, dirigit per Jordi Estruga, Olot, 2004. També es pot llegir en el llibre Lletres il·lustrades.Associació de Bibliòfils de Barcelona. 75 anys d’edicions; Aloma &ABB, Andorra/Barcelona, 2019.

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“ Las referencias más antiguas acerca del comercio del libro en Barcelona datan, al parecer, del siglo XIV. Cuentan las crónicas que ya entonces existía en la ciudad una feria en la que, junto con objetos de todas clases,podían adquirirse libros.
De esa feria remota proceden, a través de los años y de mil diversas vicisitudes, los ‘encants’ actuales. El libro, en efecto, fué poco a poco desgajándose del árbol frondoso de la feria general y su comercio acabó adquiriendo fisonomía propia; aparecieron los que, frente a los barateros, marchantes y ropavejeros, podríamos llamar ‘libreros puros’. La feria tenía lugar los domingos por la mañana. Hacia principios de este siglo, se celebraba, primero, en la Plaza de la Universidad y, más tarde, en la Ronda de San Antonio, al aire libre. Acudían allí, desafiando las inclemencia del tiempo, los bibliófilos y aficionados en busca de las piezas codiciadas con que saciar su curiosidad y satisfacer sus pequeñas manías. De allí, junto con grandes coleccionistas,salieron también libreros anticuarios que, en la feria dominical, hicieron sus primeras armas. Basta mencionar, en recuerdo de todos, al insigne Palau.

La feria fue creciendo paralelamente al desarrollo de la afición por el libro y hubo de instalarse en la calle Marqués del Duero, conocida por El Paralelo, calle famosa en todo el mundo, donde los puestos de venta alcanzaron casi el centenar.
Los libreros solían exponer su mercancía sobre sacos o lonas extendidos en el suelo. Había de todo: libros viejos y a veces antiguos, nuevos y usados, nacionales y extranjeros, saldos de ediciones, novelas baratas y de quiosco, láminas, grabados, fotografías, pergaminos, revistas, a veces ordenados, a veces en montones.
Los libreros eran, y continúan siendo en los ‘encants’ actuales, gente de todas las procedencias, de todos los orígenes y de todos los oficios. Junto alos profesionales conocidos, con tienda abierta, que concurren a la feria dominical con saldos que en sus casas, visitadas principalmente por especialistas y conocedores, no podrían vender, se veían y se ven obreros y aun pequeños empleados que se lanzan al comercio dominical, unos impelidos por un interés respetuoso, casi místico – mentalidad muy siglo XIX todavía – por el libro y destinados, por eso mismo, de antemano, a pasar, tarde o temprano, al profesionalismo exclusivo, y otros en busca, sobre todo, de un pequeño ingreso que redondee el escaso jornal semanal.
En el año 1936 la feria fué trasladada bajo la amplia y acogedora marquesina que rodea el mercado de San Antonio, donde se celebra actualmente y donde, al estar protegida del sol y de la lluvia y celebrarse con cierto orden, ha recibido su consagración. Article: “Els Encants de Barcelona”, d’Augusto Matons Colomer, a la revista Bibliofilia IV, Ed. Castalia, València, 1951; p. 53-54.

