“Caganòfil”, butlletí de l’Associació d’Amics del Caganer, n.17, Barcelona, 2000.
“Al magnífic i pintoresc Barri Gòtic de Barcelona – testimoni de dos mil·lenaris d’història -, a l’altura de l’àbsida de la catedral, està situada “Gràfiques El Tinell”1 ( carrer Freneria, nº 1), que és [era] l’únic taller existent actualment a tota Espanya, dedicat a l’estampació de xilografies.
A les xilografies que representen els antics oficis barcelonins, pertanyents al segle XVIII, es pot admirar el senzill enginy usant el burí que es va produir al passat, ressaltant la seva coloració violenta que ens recorden les cèlebres i delicioses imatges d’Estrasburg.
Per a la seva obtenció, utilitzaran les planes de fusta antigues (originals) de boix, de la seva pròpia Col·lecció, i després, il·luminades a mà, una a una, seguint la laboriositat i tècniques de l’època.
Xilografia feta a Gràfiques El Tinell
La finalitat de les xilografies consistents en divulgar i donar a conèixer els oficis molt corrents en aquella època i, entre ells, podem admirar un apagallums deliciós, un llenyataire, un teixidor, el que buida i emmotlla els esclops, el ceramista o un boter, a més a més de vaixells i altres motius de creació artística i simbòlica d’aquells temps, que formen l’extens i variat assortiment d’aquest taller xilogràfic.
De tots els procediments de gravar, sobresurt, per la seva bellesa, destresa i artesania, el que es realitza en fusta, i de l’ús d’aquesta, procedeix el nom de XILOGRAFÍA (del grec Xilón, fusta, i graphe, esculpir, gravar).
El gravat a la fusta és anterior a la invenció de la impremta. Van ser els monjos en els seus monestirs els que van perfeccionar l’art de gravar en fusta o xilografia; art del que es recorden dues grans escoles, l’Epinal i l’Estrasburg.
“Xilografies Catalanes d’oficis del segle XVIII”, article a Cuadernos de Bibliofilia, númeo 4, abril 1980, p.63.
1.-En el vlok “exploradors urbans” hi ha un article sobre el desaparegut establiment “Gràfiques El Tinell”.
Epinal
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“Y permita el lector que relatemos la aventura de un imaginario bibliófilo. «Era un hombre modesto; su pasión por los libros era grande, voraz; pero sus medios de fortuna eran menguados. Estaban vedadas para él las grandes ediciones; no podía saborear las ediciones primeras y preciosas do los clásicos. Tampoco las ediciones modernas costosas, en varios volúmenes, podían tener acceso a su biblioteca. Su biblioteca la componían cuatro o seis grandes estantes. Toda clase de volúmenes se iban alineando en los andenes. Muchas obras en cuatro, seis ó más volúmenes estaban incompletas.
»El buen bibliófilo era infatigable. Lo rebuscaba todo. Ningún siglo estaba libre de su ‘pesquisición’, ponía su mirada en todas las literaturas. En los puestos de libros viejos, al aire libre y en las tiendecillas angostas, el incansable bibliófilo recogía libros grandes y libros chiquitos de todo cariz y toda laya. Los bolsillos del gabán y de la americana del caballero se ostentaban siempre grávidos, abultados. ¡Con qué emoción ponía sus manos el bibliófilo sobre un volumen codiciado! Lo miraba y volvía a mirar; se lo llevaba a casa puesto con cuidado en el bolsillo; lo examinaba luego atentamente; lo leía, en fin, despacio: lentamente, gozando de tocia la sustancia del volumen.
»Y con todos sus libros había hecho lo mismo. La lectura de esos volúmenes era para el bibliófilo algo más que una simple lectura; había sentido el libro; había vivido con él; había gozado de ese volumen roto, incompleto, y de todo el ambiente espiritual en que el libro se había formado. El esfuerzo, los sacrificios, la perseverancia, los fervores que le habían costado estos libros, habían hecho que la vida del bibliófilo estuviera ligada —íntima y cordialmente— a todos estos libros, aun deteriorados y faltos.
»Un día, por azar de las cosas, el buen bibliófilo heredó una reducida, pero magnífica biblioteca. Figuraban en ella las bellas ediciones que nunca el caballero había podido conseguir. Ya tenía allí el bibliófilo, al alcance de su mano, los libros, las ediciones críticas, definitivas, en que se forma el sólido saber. No tenía más, para ser erudito moderno y seguro, que leer estos libros preciosos. No era preciso, por lo tanto, que el caballero tornara a sus puestecillos en busca de las ediciones descabaladas y caducas en requerimiento de un segundo o un tercer tomo de una obra que no podía antes conseguir completa. .
»Y sin embargo, el buen bibliófilo, en vez de alegría, sentía una vaga tristeza. Aquellos libros espléndidos no eran los que le habían acompañado durante toda su vida. Los otros, los vagabundos, los callejeros, representaban para él la libertad, la independencia de espíritu, la sensibilidad espontánea y viva. Un poco del tráfago de la calle y de la independencia del escritor bohemio estaban infiltrados en sus páginas. Lo otro —las ediciones magníficas— era lo definitivo, lo inconmovible, lo solemne, lo dogmático; esto —el volumen incompleto y roto, pero leído y sentido— era la espontaneidad y la libertad. La imaginación no estaba sujeta, leyéndolos, a las trabas de la crítica, y podía saltar, volar y fantasear. La imaginación, libre de la imaginación, libre de trabas, espoleaba a la sensibilidad.
»Y lentamente, sin poderlo remediar, el buen bibliófilo volvía las espaldas a sus espléndidos libros y se encaminaba a los puestecillos de las ferias en busca del volumen aventurero.» La labor realizada por el desaparecido «Instituto Catalán de las Artes del Libro» nos ha legado una preciosa cantidad de obras inmortales. Hoy el «Instituto Nacional del Libro Español», cuyo director, Guillermo Díaz-Plaja, se esfuerza no sólo en divulgar tanto en nuestro país como en Hispanoamérica el libro español, sino en procurar su más elevada presentación, llegará indudablemente al enriquecimiento de nuestras ediciones a base de su magnífica presentación.
Article: “ Dos obsequios”, de Luis Valeri a La Vanguardia , 26 de juliol de 1968.