
“Des dels tres últims decennis també els ex-libris han despertat l’interès dels col·leccionistes. El comte K. Leinigen-Westerburg a Neupasing (Munic), posseeix uns 20.500 i Ed. Stiebel, de Frankfurt, tenia 20.000, que el 1910 van ser subhastats a Leipzig. Existeix ja sobre aquesta matèria una literatura pròpia, i a Berlín, el 1891, es va crear una associació especial de posseïdors d’ex-libris.
Els col·leccionistes es consideren extraordinàriament afortunats quan poden aconseguir exemplars únics; per exemple, el catàleg de la llibreria de Santiago Rosenthal, a Munic, el 1897 contenia el primer exemplar que apareixia en el comerç de la Newen Zegtung aus Presilg Landt, de l’any 1505, per al qual s’assenyalava el preu de 16.000 marcs. La cèlebre carta de Luter a l’emperador Carles V (15 de gener de 1520) va ser venuda el 1911 a la llibreria d’ocasió de Borner, a Leipzig, per 102.000 marcs a l’comerciant florentí de Morinis, el qual, probablement, la va adquirir a la subhasta per l’americà Pierpont Morgan; i el manuscrit de la balada de “Hero i Leandro” va costar, en la mateixa subhasta, 10.000 marcs. Són també rareses molt sol·licitades els llibres prohibits, dels quals, la major part dels exemplars van ser llançats al foc per ordre superior, o no es va fer tirada per al comerç, sinó que es va imprimir només un escàs nombre destinat als amics i coneguts de l’autor. Però el que busquen amb més interès la major part dels bibliòfils són les obres antigues. Sempre es paguen elevadíssimes quantitats per manuscrits de pergamí, incunables i altres exemplars antics, i el seu preu ha anat en augment sempre. Així, per la Biblia de 42 línies impresa per Fust, es van pagar 960 marcs en 1769, en la subhasta de Gaignat; en 1871, en la del comte MacCarthy a Toulouse, 5.000; en 1884, en la de la biblioteca de Lord Asburnham de Sotheby, a Londres, 80.800 marcs. El Psalterio imprès en 1457 per Fust i Schöfer, pel qual es van donar 3.350 francs en 1817, ha costat últimament 104.120 marcs.
Ja els col·leccionistes de Grècia i de Roma determinaven moltes vegades el valor dels llibres per la seva antiguitat i pagaven gustosament preus elevats quan es tractava d’un exemplar gairebé destrossat, que per això sol es considerava antic. Però succeïa molt sovint que es deixaven enganyar per un llibreter desaprensiu i lliuraven grans sumes per obres a les quals artificialment s’havia donat un aspecte arcaic.
“L’escriptura i el llibre“, Dr. O. Weise, Labor, Barcelona, 1935 (3ª ed.); p.164-166.

Psalteri de Magunzia, 2ª ed.
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“ Un amigo del hijo de don Antonio – mi dueño – era aficionado a los libros curiosos, y por eso lo cameló y lo convenció para que me sacara de la biblioteca del padre. Me llevó a una cafetería y lo convenció con un olor para mí totalmente desacostumbrado, y no solo el olor, sino la forma y la decoración del local, la música como escondida, las gentes despreocupadas, las conversaciones… Todo me parecía, no sólo inhabitual, sino insólito. El hijo de don Antonio se había especializado en estudios económicos y aunque poseía una notable cultura general, no mostraba ningún cariño por determinados libros especiales, a causa de lo cual se sorprendía de la avidez del amigo con verme y tenerme, pues él creía que esa afición desmesurada por algunos libros era solamente propia de ancianos, como su padre.
Desde el momento en que me tuvo el amigo entre sus manos, primero comenzó como a tantearme expertamente con los ojos, para pasar luego a verme las guardas – por si tenía ex libris – y después la portada, que leyó detenidamente como si las palabras que en ella figuran poseyeran alertada imantación. Miró el índice, y pasó luego suavemente algunas hojas, pareciendo que tuviera heridas las yemas de los dedos.
El hijo de don Antonio observaba curioso y extraño, porque el amigo parecía realizar un rito mientras actuaba sosteniéndome delicadamente entre sus manos. Al fin confesó. ‘Tenía ganas de verlo y de tocarlo. Hace tiempo que lo persigo y no lo encuentro. Alguna vez apareció en catálogos de libreros de viejo, pero cuando lo quise comprar, siempre llegué tarde’. Hablaba como si contara una desgracia personal. Dijo el otro:
-A mi padre no le gustarà saber que lo saqué de casa.
-Bueno, no se enterará. Dentro de media hora ya lo tendrá nuevamente en su sitio. Además, si le dices que fue para enseñármelo, porque yo también me considero bibliófilo, probablemente no pondrà reparo. Los biblióflos verdaderos somos pocos, y nos alegra hallar alguno que lo sea y lo demuestre, pues es como compartir unas sensaciones íntimas que los demás ignoran, placeres que no se pueden confesar, o bien por la dificultad de expresarlos con palabras, o bien porque la mayor parte de las personas no los comprenderían. Tu padre y yo haríamos buenas migas, estoy seguro, pero no me atrevo a abordarlo, por la fama que tiene de solitario.
-La gente está equivocada, pues mi padre es sumamente bueno y tratable. Lo que sucede es que está desengañado por las ruindades y falsedades que encuentra entre los demás, y por eso prefiere dedicar el tiempo a sus colecciones, especialmente a la de libros. Cuando converses con él, si advierte que tú eres buena persona, conseguirás de él cuanto se te antoje.
-Yo, como querer, querría este libro, o algún otro ejemplar de los que dicen que tiene. Su biblioteca es famosa, algo mítica.
El amigo del hijo de don Antonio, cuando me cerró, volvió a mirarme girándome y fijándose en el lomo, las pastas, los cajos, los nervios, el tejuelo…, y a la vez pasaba los dedos por todo mi exterior en un erótico tacteo demorado, equivalente a otras sutilísimas caricias propiciadas a una mujer por ser amada, a un pétalo del que se quisiera corroborar su suavidad, a la rutilante lisura de un fruto, a la sutil superficie de una arena de playa soleada.
-No comprendo que los libros escaseen tanto – comentó evasivo el hijo de don Antonio.
-No escasean los libros, sino determinados libros, ejemplares concretos que los aficionados a un tema tenemos como localizarlos, y que al no poseerlos – como es nuestro deseo – los perseguimos ilusionada y, si quieres, maniáticamente.
Del conte: “Seis memorias de un libro”, de Luciano Castañón,a Cuadernos de Bibliofilia, núm. 6 d’octubre de 1980, p.60-61.

