
“Els esforços que venía fent En Balaguer pera crear una biblioteca popular á Vilanova y Geltrú, foren coronats en l.er de janer de 1882 ab la colocació de la pedra fonamental de l’edifici progectat per l’arquitecte Granell. Desde aquella data començà á funcionar la Junta de Govern, constituhida per les personalitats més eminents de la població, aleshores en plena florida de prosperistat y riquesa. El día 26 d’octubre de 1884,

en solemníssima cerimònia, s’obrí al publich la que, per iniciativa dels vilanovins agrahits, fou batejada: “Biblioteca-Museu Balaguer“, començantse al meteix temps á publicar un butlletí mensual á fí de donarla á conèixer á tothòm y procurarli amichs y protectors. La idea mare fou no més que la creació d’una Biblioteca popular; després s’hi afegí la pinacoteca y la colecció arqueològica pera multiplicar l’efecte educatiu de la nova Institució; ab tot, la valúa y la abundancia dels llibres aplegats donen excepcional

importancia á n’aquesta secció. Els fonaments els posà’l meteix Balaguer, cedint d’un sol cop sa llibreria sencera, la qual comprenía 12,000 volums y trevallant després el restant de sa vida pera ferla créixer, ab tan hermosos fruyts, que al morir ell, la Biblioteca possehía 36,000 volums. La majoria dels 12,000 primers, conserva encara alguna de les tres marques qu’En Víctor Balaguer usava: dues d’elles eren sagells humits y la tercera una senzilla etiqueta de classificació que anava clavada als lloms. La més antiga diu: Biblioteca de Víctor Balaguer [I, nº. 580] y l’estampava ab tinta blava en les primeres planes dels llibres; fou usada fins prop del 1880, essent sustituhida per un sagell que deya, dins d’un enquadrament de filets: Víctor Balaguer-Biblioteca{I, n.0 581] figurant en color morat en un gran nombre de llibres. Aviat, exigint un catàleg el gran nombre d’exemplars reunits, se feu estampar en petits rectànguls de paper engomat. Biblioteca Balaguer — Arm. Núm. [ I , nº. 582] en els que’s repetien les indicacions de catàleg. Avans que totes aquestes marques y algunes vegades simultaniament, figura en les portades dels llibres la seva firma, tan personal y característica. La Biblioteca-Museu

Balaguer, al adoptar un relligat uniforme (llom palla ab tejuelos vermells pels títuls, y tapes negres) pera’ls seus llibres hi contà la estampació en or d’un superlibros qual dibuix, degut al aquarelista Manuel J . de Laredo, se feu grabar en bronze y s’usà en molt poques enquadernacions [I, n.” 322]. Aquest superlibros representa un frontis de pilono egipci, ab una esfinx masculina als peus, y porta la inscripció: Surge et ambula (paraules de Jesús á Llàtzer al resucitarlo: aixécat y camina) que figuren com á lema de la casa; ademés hi ha els primers mots del Pare nostre en caràcters hieroglífichs. Per fí, la Junta delegada á Barcelona, representació llegítima de la Biblioteca en la capital de Catalunya, encarregà á En Joseph Triadó la marca que publiquèm en darrer lloch [I, n.” 298] y qu’encara no ha estat fixada en cap llibre: reproduheix senzillament el frontis de la Fundació Balaguerina.
La Biblioteca-Museu Balaguer per Víctor Oliva, Rvta. Ibérica d’exlibris, núm. 2, Barcelona, 1904.


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“Los bibliófilos también soñamos.. Si la quimera del ludópata es acertar una quiniela que le haga multimillonario, ¿ por qué no va a fantasear el bibliófilo con encontrar en el polvoriento almacén de un chamarilero el manucrito autógrafo del Quijote (con el robo del rucio en su lugar, puestos a pedir), y que se lo vendan por un puñado de euros? Aunque podría uno conformarse con menos: por ejemplo, la primera edición impresa de la novela cervantina, a ser posible completa y con buenos márgenes, por cuatro duros. En “El manuscrito del Quijote” Erasmo López de Mendoza ha añadido un segundo sueño a este: uno va como turista a Israel y le confían un importante y desconocido rollo del Mar Muerto, gracias al cual pasará a sus manos el de la novela cervantina.
El sueño de Umberto Eco es como sigue: “Encontrar una viejecita nonagenaria que tiene en su casa un libro para vender, ignorando que setrata de la Biblia de Gutenberg, calcular que a la pobrecilla le quedan solo unos años de vida y necesita cuidados médicos, decidir protegerla de la codicia de un librero desalmado que probablemente le daría unos millones ( y ells tan contenta), ofrecerle doscientos millones [de liras italianas] con las cuales ella viviría en una nube hasta el final, y hacerse con un tesoro”. A partir de ahí el sueño se convierte en pesadilla por el miedo a los ladrones, que obliga a depositar el ejemplar en una biblioteca pública. Pero entonces, “¿qué placer habría en poseer el objeto más raro del mundo sin poderse levantar a las tres de la madrugada para hojearlo?”

El bibliófilo también habrá soñado alguna vez – dormido o despierto – que le presentan docenas de incunables, a cual más maravilloso, para que elija gratis el que quiera. No sé de ningún bibliófilo que se haya encontrado nunca en esa indescriptible tesitura, pero un buen amigo, reputado incunabilista, pasó tres días en una importante ciudad estadounidense tasando la friolera de 711 incunables. Terminada la labor y tras abonarle los gastos, el dueño de tantos tesoros, con mentalidad bibliofílica, pensó que mi amigo iba a pedir como recompensa que le dejara escoger uno de los ejemplares, pero él se conformó con un dinerillo para comprar un ordenador…
La verdad es que hay que estar profundamente dormido – o muy borracho – para soñar con milagros como los imaginados arriba, pero soñar es gratis, y la vida, aunque corta, puede dar para mucho, de manera que a todo bibliófilo se le ha aparecido alguna vez la Virgen – metafóricamente hablando – y ha encontrado la perla en el muladar ( o por lo menos, la perla cultivada). De todas formas, los tiempos áureos – incluso los dorados – de la bibliofilia se acabaron hace décadas. Hoy se aprecian más que antes los objetos artísticos de todo tipo, de manera que la demanda de libros raros es creciente, mientras que la oferta es cada vez más escasa, pues casi todos los ejemplares excepcionales hace tiempo que buscaron refugio en América, Londres, París o la Biblioteca Nacional de Madrid. Quedan ya pocas librerías conventuales por vender, y estas suelen contener casi exclusivamente sermonarios y demás borralla bibliofílica. De otra parte, las buenas colecciones privadas a menudo ingresan, a la muerte de su dueño, en una biblioteca institucional, por vía de venta o de donación.
En nuestros días no hay que hacerse ilusiones: como se decía antigüamente, si un pobre come jamón, es que uno de los dos está malo. Por tanto, salvo improbable aparición mariana – los bibliófilos no suelen ser humildes pastorcillos -. Lo más a que puede aspirar el coleccionista es a que el librero de turno sepa un poco menos que él del tema que le interesa, y que por ventura haya marcado relativamente barato el libro que desea comprar. Y la verdad es que también existe la incompetencia en el ramo de los libreros ( como en todos los demás), lo que a veces beneficia al bibliófilo.
La Pasión por los Libros, Fco. Mendoza Díaz-Maroto, Espasa, Madrid, 2002; p.59-60.

