
“Una de les coses més belles i edificants de Barcelona, es la Biblioteca pública del Passeig de Sant Joan. Per palesar-ho, només cal que hi feu una visita. Hivern i estiu, aquest lloc és visitat per tota mena de gent. I no us penseu pas que s’hi vagi a badoquejar i a perdre temps en aquest lloc, no. Hi veureu des del rendista panxacontent que s’embadaleix amb les obres de Campoamor, a l’obrer que aprofita uns moments de lleure per a sadollar-se de tots aquells coneixements que la manca de temps i de posició social no li han permès adquirir. Aquesta Biblioteca consta d’uns centenars de volums triats entre els més corrents i més assequibles al poble. Potser són pocs, i la varietat hi és encara deficient. Alegrem- nos-en, però, i procurem estimular l’edificació de nous llocs com aquest. La disposició i classificació de volums està feta amb traça i enginy, i d’una manera, sobretot, molt fàcil, tant pel llegidor com pel bibliotecari. En uns armaris de pedra, i assenyalats amb unes lletres de l’abecedari estan classificats els llibres. Uns bancs de mosaic a banda i banda. Uns catàlegs penjats damunt de cada un d’ells, on hi cerca el lector l’obra que desitja, ja sigui cercant-la per enumeració de matèries, autors, o d’obres. Quan té el que desitja s’anota el número que porta i la classificació de la lletra al qual pertany. D’aquesta manera l’operació es fa amb una meravellosa senzillesa.
—Hi ve molta gent a llegir?— preguntàrem al guarda encarregat de la biblioteca.
—Sí, molta. encara que amb aquests mesos de xafogor se’n ressenti una mica. Si l’horari fos canviat, es a dir, s’allargués més per la part del vespre, molta més n’hi hauria.
—I aquest horari és?

—Des de les nou del matí a les cinc de la tarda. A l’hivern, no diré jo que sigui una hora esbarriada, però el que és a l’estiu, no va gaire bé. En primer lloc, perquè la calor en aquestes hores es fa insuportable, i en segon, perquè quan ve l’hora més bona,que són de les cinc en amunt, la biblioteca es tanca.
—I és clar—fem nosaltres—deu passar que amb un horari així els obrers que treballen fins a les sis de la tarda no hi poden venir, quan encara podrien aprofitar un parell d’hores… N’hi vénen alguns ací?
—Força, sobretot els que tenen les tardes lliures, els convalescents, i els que han sofert algun accident de treball. La biblioteca és un bon esbarjo, i n’hi ha que hi passen el dia sencer. Un nen d’uns deu anys s’atansa tot vergonyós
-¿Vol fer el favor de donar-me un llibre?
—Quin llibre vols? Que no has mirat el catàleg?— li diu somrient el guarda.
—És que no sé quin triar…
—I bé, quina mena de llibre voldries ?…
—Un que sigui ben bonic !—diu tot il·lusionat – Que hi ha força “sants”.
El guarda obre un departament destinat a llibres d’infants. Treu els «Contes d’Andersen.
—Té, i no l’espatllis.
El noi marxa tot content, s’asseu a un banc i comença a fullejar febrosarnent.
—Per a fer aquesta feina es necessita ésser guarda i mestre de minyons alhora. No saben pas mai el que volen, a vegades fins m’han demanat obres de Balmes…
—Ací, d’un cap de dia a l’altre hi deveu veure desfilar una colla de gent diversa…
— Sí, la majoria de gent que concorre a la biblioteca és gent jove.
—I de llibres no en desapareixen ?
—No, en aixó estem de sort. En contra el que molts opinen de la incivilització actual, el que passa ací és ben al contrari. Tornen els llibres i els saben respectar.
Hem vist que l’entreteníem massa. Tres lectors s’estan impacientant.
— Perdoni — ens diu — cal no fer esperar aquesta bona gent.
—Teniu raó—fem nosaltres—el temps és or.
En aquest cas, més que mai, el proverbi anglès hi és com l’anell al dit. !
Article: “El bibliotecari del Passeig de Sant Joan, fa declaracions”. Àngel Pons i Guitart a Imatges, 24 set 1930. ( Fotos de Casas )

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“No todo son libros en la feria de libros barcelonesa. El negocio ha sufrido modificaciones perceptibles y al dictado de la moda, o bien de las exigencias del público, que todo viene a ser la misma cosa, han surgido los vendedores especializados en revistas extranjeras. “Vogue”, “Post”, “Paris Match”, “The Satursay Evening Post”, “Punch”, “Constellation”, “Tout”, “Sport Digest”, “Selecciones del Reader’s Digest” y algunos centenares de títulos más acaparan los maderos y cajas de los mentados especialistas.
Las transacciones más importantes durante los últimoa años se las apuntaron entre nosotros los vendedores de números atrasados de “Reader’s Digest”, la revista más leída del mundo, 15.500.000 ejemplares por mes, en once idiomas se esparraman por nuestro planeta. Ignoro los que hace tres o cuatro añs llegaban a España; empero, sí que podré explicarles con cierto fundamento que el control de ejemplares usados de que hacía gala este mercado fue en todo momento de una discreta importancia. Recuerdo que sorprendió en gran manera la inflexible cotización que regía para la compra de números atrasados. Huelga decir que a mayor retrospectividad de los ejemplares, más cuantiosa se planteaba la tarifa. El precio, con todo, sufría variaciones inusitadas en algunos casos, lo que reforzaba una vez más la vieja creencia de que no hay regla sin excepción. Y comprenderán muy pronto a lo que voy si les explico que algunos números del primer año de la aparición de “Reader’s Digest” – 1941 – se vendieron por poco dinero a consecuencia de ciertas irrupciones del todo imprevistas en el mercado barcelonés. La edición argentina se permitió en más de una ocasión originar turbulentos descalabros, con lo que las listas a màquina de la cotización “oficial” no tuvieron más remedio que acusar el golpe y, maldiciendo al tío Paco, decretar la inminente rebaja.

Conseguir el número uno, correspondiente a diciembre de 1940, que me interesaba para mi colección particular, me dió mucho trabajo y, como el cazador, aguardar sin desfallecer, rondar la pieza y seguir el rastro sirviéndome de auxilios ajenos. Cayó un domingo. La cubierta era de un rosado algo obscuro, orlada en plata. No se trataba de un ejemplar precisamente nuevo, pero bien merecía el título de presentable. Ríase usted si quiere, pero el temblor de mi mano derecha nadie lo detuvo. Sabía que el precio sería fuerte y tal vez por ello pagué en el acto sin chistar. Doscientas cincuenta pesetas. Ni una más ni una menos. Luego, pagándolos a treinta, veinticinco y veinte duros, pude ir reuniendo los primeros números de la colección, que hoy tengo completa.
Bueno. Decíamos que también privan las revistas en la feria de libros y nadie podría ponerlo en duda. Las revistas técnicas, de modas, de plásticos, de química y aeromodelismo cuentan con una clientela importante y adicta. Luego siguen, por escalafón, los que compran según el interés de las fotografías y temas inseridos. Los dibujantes preguntan, con una cara muy grave, cosas por este estilo:

-Hoy busco perros. ¿ Cómo está usted de perros?
Estos libreros de la Ronda, cuyo lema rima sabiamente el loco con el poco, no se inmutan jamás y toleran las peticiones y los encargos más inverosímiles. Siguiendo con otros especialistas es necesario no olvidar a los que trabajan preferentemente los “tebeos”, o sea los papeles infantiles; los que ofrecen un buen surtido de libros franceses; los que a las piezas musicales, métodos de solfeo y biografías de músicos célebres se dedican; los especialistas del libro catalán; los acaparadores de literatura teatral; los acreditados en el comercio de reproducciones y grabados y, finalmente, los puestos que alternan la venta de libros con las postales y los sellos de correos. Se trata de una minoría, pero objetividad obliga dejar constancia de ella.
Las transacciones, los pisotones, la animación, el embarazoso caminar, la curiosidad y la búsqueda constituyen las notas predominantes de esta concurridísima feria. Última vuelta

Los niños tienen también su demarcación en la feria. No son los libros lo que a ellos les interesa, sino el cromeo, o sea la compra, venta y cambio de las colecciones de cromos. Hay los niños que “hacen” “Blanca Nieves, “Escuadras de guerra”, “Las minas del Rey Salomón”, “Album de aviación”, “Érase una vez…”, o bien “Garbancito de la Mancha”… Los cromitos se venden a diez céntimos, a real los más difíciles de obtener, y los cambios se conciertan a razón de tres cromitos viejos por uno de nuevo. Los niños, con serenidad y autoridad magníficas, pagan, cambian, buscan los ejemplares que les faltan y en muy rara ocasión demuestran atolondramiento.
-Cuente. Trece cromos. O sea, una peseta con veinte. Recuerde que le he entregado tres cromos a cambio.
-Sí, sí, guapo, ni hablar…
A partir de la una del mediodía la feria entra en su fase de declive. Menguados visitantes la cortejan. Los libros se apilan verticalmente. Cordeles. Cajas de embalaje. Y, de súbito, esos montones de libros de mi admirado amigo Ramón Gómez de la Serna. Ese es un misterio que no acerté jamás a explicarme. ¿ Qué tendrán los libros del autor de “El Circo” que penetran en las librerías de lance en tan ingentes cantidades? ¡Y qué humorística greguería esa de los flamantes libros de Ramón presumiendo de nuevo precisamente en las librerías de viejo…!

Voy leyendo nombres de autores, agolpados, hojiabiertos, despanzurrados libros. Eça de Queiroz, Amado Nervo, Manuel Machado, Pierre Loti, León Tolstoi, Enrique Fajardo, Antonio Maura, G. Apollinaire, Mark Twain, Luis de Zulueta, Colette, Willy, Juan Valera, Tirso Medina, Azorín, Armando Palacio Valdés, Santiago Rusiñol, André Maurois, Enrique Jardiel Poncela… Plumas que en la vida real tal vez se hubieran combatido con furia irreductible, ahora, entrelazadas sus páginas, parecían querer ventilar sus viejas polémicas y rencillas en un abrazo conciliador.
El viento, un soplo de viento, ha venido a agitar las páginas de un libro en rústica. En sus primeras hojas blancas, sin imprimir, una dedicatoria autógrafa se hace visible. La tinta, puro color algarroba, atestigua, más elocuentemente que la misma fecha del pie, el vertiginoso discurrir de los años que fueron. “A mi dilecto amigo…”. Pensáis: ¿Seguirá viviendo este dilecto amigo? ¿ Continuará llenando cuartillas y dedicando libros este ignorado escritor?
Con los mismos carretones de ruedas chatas y menudas con que llegaron por la mañana, harán el viaje de regreso los volúmenes que no se vendieron en la feria.
Se agolpan los bancos, maderos, caballetes, toldillos, tableros, cuerdas, taburetes y escalerillas. Terminó la feria y reina ahora esa típica tristeza de tendido de plaza de toros pocas horas después de haber sido despachada la corrida.
Ahora el sol se ha ido a leer la cartelera de espectáculos en la pared de una esquina.
Hemos entrado en el meridiano del arroz dominical, del postre familiar y de la siesta dilatada. Ha menguado la animación humana en la calle.
Un hombre se pierde en la urbana lejanía, caminando con torpeza, absorto, un libro viejo entre sus manos.
Article:”Feria de libros viejos” de Manuel Amat, Destino, juliol de 1952.

