
“La Fira del Llibre d’Ocasió Antic i Modern, que se celebra anualment a Barcelona, és considerada com una de les mostres culturals de major arrelament a la ciutat. És la seva vessant popular la que ha convertit un certamen de llibres en un esdeveniment multitudinari. D’aquí el seu èxit que en cada edició augmenta considerablement. El ciutadà aprofita les estones d’oci per a acudir a la Fira i no només s’interessa pel llibre d’ocasió anomenat «modern” sinó també per l’anomenat «antic». Una perfecta conjunció que atreu l’interès de la gent.
Han sorgit opinions aquests dies passats en el sentit de desdoblar aquesta manifestació literària-comercial en dos sentits: crear un certamen del llibre antic i un altre del llibre modern. Segons els padrins d’aquesta peculiar idea es tracta de dues coses, de dos certàmens, totalment diferents i amb clienteles diferenciades. És possible, si es considera que tota persona té ple dret a mantenir els seus punts de vista sobre els esdeveniments que ens envolten.

En els mitjans assabentats, en els nuclis actius d’aquest certamen, la proposta llançada aquests dies al vent ja haurà estat discutida. Però sens dubte hauran sorgit -i sé suposa- objeccions a tan original proposta que pretén dividir una Fira que fins al moment constituïa un èxit precisament per conservar units, agermanats, el llibre d’ocasió modern i l’antic.
En una afirmació si més no objectiva, cal assenyalar que no resulta viable emprendre dos certàmens excloents. El llibre antic és rara peça que posseeixen en proporcions molt limitades els llibreters: no sembla factible que creixi la Fira única del llibre antic, ja que no posseeix entitat suficient per donar forma a un certamen de les característiques de l’actual. Si arribés a constituir-se, es presentaria desemparat i, a més, mancat d’aquesta calor popular que avui anima la Fira. Un certamen del llibre antic seria propi únicament per a entesos i milionaris, ja que la raresa dels mateixos i l’alt cost dels volums representaria evidents barreres per a les dites gent de carrer.
És cert que el nucli de visitants de l’actual Fira està format majoritàriament per ciutadans que aspiren a adquirir llibres normals a baix preu i que poques persones van a comprar exemplars del segle XVIII. No només perquè la seva inquietud vela armes molt lluny d’aquestes ambicions, sinó també perquè els seus recursos econòmics els impossibiliten per a tals empreses. Però ocorre que el barceloní que s’arriba a la Fira amb el propòsit d’adquirir un volum per al seu consum literari pot admirar i fins i tot mirar els rars toms antics que allà s’exposen conjuntament amb les restants mostres bibliogràfiques.
Separar les dues manifestacions seria mortal o de greu risc per a la Fira. L’interessat en un llibre d’ocasió modern acudiria en menor nombre al certamen; aquest es convertiria en alguna cosa sense substància. Per la seva banda, una exposició-venda de llibres antics seria vedat tancat a les inquietuds de la majoria dels visitants d’avui. Tot això, al marge de l’evident segregació cultural i social que això comportaria. La marginació és cosa molt mal vista actualment i Barcelona no s’ha manifestat mai a favor d’ella, tot i que en altres àrees ciutadanes pugui ocórrer al respecte.
Per tot això sembla ajustat assenyalar que la Fira del Llibre ha de ser respectada en la seva actual estructura. L’afluència de públic, la seva antiguitat i el prestigi ben guanyat en anys difícils, són garantia que s’està en el bon camí. Maldestre seria intentar modificar una realitat que marxa cap endavant recolzada en la calor popular. Quan una manifestació te el consens de la població és senyal evident que ha triomfat.
“La Fira del Llibre, Una”. La Vanguardia, 27 set 1972.Redacció.

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“Los rollos de papiro fueron los primeros libros que poblaron la gigantesca biblioteca de Alejandría, capital del bajo Egipto, fundada por Ptolomeo II. En la superficie de tan sutil membrana vegetal extraída de los abundantes tallos que crecían en las orillas del Nilo, el cristianismo de Oriente escribió en griego la Biblia hebraica y la Grecia Inmortal sus primeros poemas.
Simultáneamente se emplea para la escritura el pergamino ( piel de oveja), que perpetúa el nombre de Pergamo, ciudad del Asia Menor, donde se preparó en grande y permitió al rey Eumeno II fundar su célebre biblioteca.
Los césares romanos, a pesar de su crueldad, no dejaron de rendir culto al talento. Su opulencia se envaneció de poseer los mejores códigos ( libros cuadrados), griegos y latinos.

En Bizancio, los Libros Santos, magníficamente miniados en páginas de vitela ( piel de ternera), fueron exaltados con primores de orfebrería. El triunfo de la piedad en ningún momento estimó excesivas ante el altar las ofrendas suntuarias. Las huestes precursoras del arte de San Eloy y sus segidores labraron maravillas en las cubiertas de los Evangelarios.
En la baja Edad Media, los libros de meditación y estudio, reunidos en monasterios donde radicaban las facultades mayores, fueron salvaguardados por recias tablas de cedro; la piel del venado, ásperamente zurrada, fue su regia vestidura; herrajes y cadenas, su protección.
Dignamente ceñidos de oro y plata, esmaltes y piedras preciosas, o enfundados en sus rudimentarios indumentos, los rancios ejemplares – testimonios eternos de la evolución de la mente, del arte y de la fe -, que milagrosamente han llegado a nuestros días, se custodian en el lugar más sagrado de las bibliotecas y museos diocesanos de cada país.

Descubierto en Maguncia el hábil artificio de multiplicar sin límites el pensamiento escrito, se abre el período radiante del libro. Tal acontecimiento se consideró obra del espíritu maligno. Vencidas las contrariedades y terminados los procesos, el arte de Gutenberg triunfó plenamente en todas las grandes ciudades del Continente intelectual. En las portadas, así como en las páginas del libro, se desarrolló pronto una nueva estética sumisa a proporciones arquitectónicas. El arte de la estampa y el arte de la encuadernación se abrazaron al glorioso estandarte de las divinas letras, de las letras humanas y de la poesía. El libro de “pergamino de trapo” – que así se llamó el papel de hilo cuya fabricación introdujeron en Europa los árabes a través de España – conquistó universal efecto.
El prístino vigor de los incunables; los caracteres góticos y los que usaron después impresores ilustres; la incipiente ilustración; la perfecta tipografía; los grabados avant la lettre de los siglos XVIII y XIX, y las robustas encuadernaciones de cordobán, con improntas doradas y mosaicos, poseen un encanto que enamora el alma:
“ ¡ Ven, libro viejo, ven, roto y ajado!
Quiero embriagarme de tu añejo vino”
exclamó Marcelino Menéndez y Pelayo en su “Epístola a Horacio”.

El súbdito francés Louis-Nicolas Robert patentó, en 1798, la primera máquina de fabricar papel continuo, la cual, construïda unos años más tarde, dio ya práctico rendimiento en Francia y en el Reino Unido de la Gran Bretaña. Los maderables bosques del inmenso Canadá y Finlandia, los de Noruega y Suecia ofrecen, sin agotarse jamás, la pasta química elaborada con desechos de madera y serrín. Pasta que, transformada por procedimientos varios en excelentes calidades de papel, proporciona pasto inalterable a la voracidad de ese monstruoso dragón de hierro, con paladar de antimonio y huellas de signos gráficos que, sentado en todos los confines, consume raudales de aceites y grasas, negro de humo y resinas, con el fin de dar a luz ramas interminables de papel impreso.

De esta endiablada conjugación surge el libro moderno que todos codiciamos, trujal constantemente renovado, en el que fermenta el jugo agridulce de las ideas.
El día 23 de abril de cada año, festividad de San Jorge, se celebra en España el “Día del Libro”, como es sabido, con una rosa en el pecho y un recuerdo consagrado al más universal de los grandes escritores españoles.
El libro es objeto, en nuestro agitado siglo, de renovadas cortesías en contraste con la vulgaridad. La xilografía, la talla dulce, el aguafuerte y la litografía – “almas mater” de la ilustración – siguen en pleno vigor. Cada cual a su manera, los nuevos “artistas del libro” de cada país dominan sus técnicas pasando de una a otra con entera libertad y decisión. Los pintores-grabadores de la Escuela de París, ávidos de originalidad interpretan con reflexiva audacia los depurados métodos y recetas que acreditaron los viejos maestros del oficio de los cuales se desdeña la colaboración. Con sus bosquejos de acento primario en los que contrasta el blanco y negro con nítida espontaneidad, se adhieren conscientemente al ímpetu ideológico que invade la razón y la estética contemporáneas, quebrantando el virtuosismo técnico y las académicas convenciones. Desde Bonnard a Rouoult, una heterogénea cohorte de insignes pintores, entre los que figuran brillantemente los de Barcelona, Valencia y Madrid, han puesto al alcance del bibliófilo, por medio de los indicados procedimientos – resaltados a veces en color y al lado de excepcionales manifestaciones de temple clásico -, un extenso repertorio ecléctico de obras geniales que ilustran el libro dentro del marco seductor de un gran papel con barbas nativas y una bella tipografía.

La encuadernación, epílogo suntuoso de la estructura formal del libro bello, ha ostentado en todos los tiempos magnificencias y atributos de regia distinción. Al declinar el primer cuarto del siglo actual los decoradores y dibujantes, incorporados de lleno al arte de encuadernar, se declaran, en la capital de Francia, libres de dogmatismos y tradiciones. Actitud heteróclita que reúne adeptos en todas las regiones del continente europeo, donde hierve el entusiasmo por el libro y su belleza.
El artífice encuadernador-dorador realiza prodigios. Fiel a los originales bocetos de los artistas decoradores, su madeja de hilos de oro describe sobre la fina piel de marroquí o de becerrillo, laberínticas espirales y fantásticas ondulaciones; taraceas de corcho y otras materias insólitas, incrustaciones de latón modelado o estaño derretido vertido gota a gota sobre cauces previstos en la piel son las más recientes elucubraciones.
Este singular tatuaje, sugerente e inalienable, que distingue uno de otro el libro por su originalidad de la encuadernación , anticipa, con sus vibrantes modulaciones de ritmo y de color, presuntas armonías.
“La bibliophilie commence à la reliure”. En el reducido mundo donde repercutió esta ardiente frase de Henri Béraldi no fue todo conformidad. Discursos y manifiestos atronaron el aire. Mas, aciertos indiscutibles y saludables rectificaciones han conseguido quebrar la rigidez de fatigados conceptos y preceptos dando paso a una nueva razón.
Reacios andaremos en reconocerlo, pero nuestro esfuerzo de adaptación a las evoluciones del arte y su misterioso influjo es cada día menor. La hoja de acanto, el olivo y el laurel han perdido su virtud, así como el delicioso parloteo romántico del lenguaje de las flores que tantas veces sintetizó sentimientos diversos en el lomo y las tapas de la encuadernación.
El precipitado crecimiento de las artes del libro aturde. Gigantescos interrogantes se levantan.
¿ Se desvanecerá totalmente la sombra de Gutenberg? ¿ Sustituirá la imagen visual o plàstica a la maravillosa significación de la escritura?
Ociosa sería la enumeración de conjeturas…
El libro, al igual que el destino de la humanidad, se encuentra atenazado a los descomunales acontecimientos técnicos y científicos que gobiernan el mundo.
Article;”Evolución del libro y su vestidura” per Brugalla a El Libro Español, nº 137, maig 1969. Extret d’un article a La Vanguardia.

