
“Sembla com si fos ara que veig Nèstor Lujàn enfilat a la petita escala de la seva biblioteca. L’escriptor buscava un llibre que es feia pregar. Jo temia que trontollés i vaig gosar afermar-li els turmells amb les meves mans. De sobte exclamà exultant: “Ja el tinc!” Es tractava d’un volum il·lustrat amb uns refinats i subtils aiguaforts d’en Daragnès, el que fou gran gravador i impressor a Montmartre. Volia, Nèstor, deixar-me palès per què havia triat la vida i l’obra d’aquell mestre com a tema de la conferència que li acabava de demanar l’Associació de Bibliòfils de Barcelona. L’encert de la tria es corresponia amb la solemne sessió acadèmica, a la Reial Acadèmia de Bones Lletres, en commemoració del mig segle de vida de la nostra Associació, de la qual Nèstor Lujàn era antic soci. Parlo d’un any i escaig enrere. Nèstor em semblà eufòric, ple de projectes i, a més, feia poc que havia rebut un nou premi literari. Res, ni el més petit senyal, feia pensar que ens deixaria al cap de poc temps.

Confesso que Nèstor Lujàn em produí sempre una gran fascinació. Sent jo un adolescent ja l’havia vist per casa, ja que mantenia una cordial amistat amb el meu pare, amb qui compartia estovalles en una epicúria penya gastronòmica. El pas dels anys m’acostaria a l’ admirat amic a través de la mútua passió pels llibres. Lector impenitent, esdevingué bibliòfil per l’únic camí possible, i ortodox, que no és altre que el de la lectura. El seu cas, entre els més notoris, deixa en fals el moralista La Bruyère, que afirmà, tan panxo, que el “bibliòfil és un individu que mai no llegeix”, sarcasme erroni malgrat que, de vegades, sota el proclamat amor al llibre s’amaguin estrictes bibliòfags o especuladors. Potser Nèstor ja era bibliòfil abans de tenir llibres, quan per poder llegir de veritat havia de recórrer a les ben nodrides biblioteques d’Antoni Vilanova o de Joan Estelrich, la qual cosa ell mai no va ocultar. També és cert que se sentia ufanós de la magnífica biblioteca que formà i que es convertí en font infal·lible de consulta; on els llibres rars eren instrument de treball i alhora preciosos objectes de curiositat. És un record inesborrable i reconfortant haver viscut els entusiasmes de Nèstor, i haver escoltat les seves evocacions, amb algun d’aquests llibres a la mà; uns llibres que bé podien ser el Buscón de Quevedo i el Traité sur la tolèrance de Voltaire en edicions prínceps, bé el deliciós opuscle d’Edouard de Pomiane Vingt plats qui donnent la goutte.
Reflexionà Marañón: “La librería de un hombre es también su retrato.” La de Nèstor Lujàn reflectia la seva inesgotable curiositat, la seva desbordant cultura i la seva fina sensibilitat. Visqué amb els seus llibres una mena de familiaritat viva i harmoniosa. I aquests l’acompanyaren fins a l’últim moment.
Article:”Record d’un bibliòfil” de Xavier Trias de Bes, Avui, 11 gener 1996.

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.- ““Una de las noticias más conmovedoras, entre cuantas han aparecido durante los últimos días en las páginas periodísticas de sucesos, es sin duda la de ese estudiante colombiano del último curso de medicina, Orlando Velásquez Arango, que en Medellín ha muerto tras el saqueo del palacio arzobispal de París en 1831, los libros que él había catalogado y amado tanto sufrió un desmayo y falleció a los pocos días. El escritor y diplomático mejicano Alfonso Reyes, cuando iba a morir, se hizo trasladar la cama a su magnífica biblioteca y que fuese colocada junto a una de las estanterías, a fin de poder en los últimos momentos, nublada ya la vista, acariciar por lo menos los lomos y tejos de sus queridos libros y por el tacto identificarlos y recordar acaso el contenido de cada uno de los ejemplares.
El bibliotecario don Javier Lasso de la Vega, en una deliciosa publicación sobre el comercio de libros antiguos, refiere cómo esa pasión amorosa por los libros ha impedido a bastantes hombres vivir con holgura y a no pocos los ha llevado a la muerte, como hemos señalado anteriormente. El eminente helenista Turnebe se olvidó de ir a la iglesia el día de su boda, embebido en la lectura de los clásicos. El abate Goujet murió de pena por haberse visto obligado a vender su biblioteca. Nuestro Lope de Vega ( cuyos huesos van a perder ahora el reposo en que han permanecido durante trescientos treinta y tres años) da fe de su gran amor a los libros al escribir estos versos: “Mas tengo un bien en tantos disfavores – que no es posible que la envidia mire: dos libros, tres pinturas, cuatro flores”. Y más adelante nos informa que leyendo se pasaba a veces las noches, hasta que le llegaba la hora de decir misa y consagrar: “Entre los libros me amanece el día, – hasta la hora que del alto cielo – Dios mismo baja a la bajeza mía”.
El amor desmedido a los libros ha llevado a algunos bibliófilos y bibliómanos incluso al hurto de los ejemplares más o menos raros que apetecían poseer. Y no sólo en bibliotecas públicas. Hace ahora cinco años, un ladrón, al que nunca se descubrió, tras penetrar en una vivienda de la avenida Donostiarra, del barrio madrileño de la Concepción, se llevó tan sólo, desdeñando valiosos objetos de fácil transporte que allí había, unos cuantos libros evidentemente elegidos entre los que formaban la biblioteca del domicilio allanado.

Entre las anécdotas más graciosas sobre hurtos de libros figura esta que César González-Ruano cuenta donosamente en “Mi medio siglo se confiesa a medias”: “ compraba lo que podía y robaba ( habla de libros) lo que me era posible. Me acuerdo que dentro de uno de los puestos de la feria de libros ( la de la verja del botánico) estaba yo intentando llevarme alguno que me interesaba, lo que era doblemente difícil porque además del librero, estaba un señor anciano muy distinguido que miraba los libros con lupa y que tenía aspecto de un caballero del Greco. De pronto, este señor pagó algo al librero con un billete grande, y el librero se excusó diciendo que iba a cambiarlo. Yo me fui hacia mi libro elegido, procurando burlar la mirada del caballero, cuando, con gran sorpresa mía, éste empezó como un loco a meterse libros en el bolsillo del gabán y bien claro me dijo: “ ¡Aproveche ahora, aproveche!” Pronto volvió el librero con el cambio del billete, y cuando el señor se marchó le pregunté si le conocía. “ ¿ A ese señor? Es uno de mis mejores clientes. ¿ Es que no sabe usted quién es?” “No” “Pues es el marqués de V.”
El robo de libros debe ser tan frecuente en las librerías de todos los países, que en uno de esos establecimientos, magnífico, de varios pisos, situado frente a la Universidad de Königsberg – bella ciudad hoy sometida al dominio rojo con el nombre de Kaliningrado -, había hace años, junto a la salida, el siguiente letrero: “Si por error se lleva usted un libro sin pagar, le rogamos que lo deposite en este buzón. Así marchará usted tranquilo, más ligero el bolsillo, pero también con menos peso en la conciencia”. Y parece ser que el buzón, de amplio tamaño, casi se llenaba diariamente con esas “devoluciones”.

Por amor pasional a los libros llegó incluso al homicidio un librero anticuario de Barcelona que antes de dedicarse a ese noble negocio había sido monje en Poblet. Aunque tenía valiosos libros raros a la venta, no quería desprenderse de ellos. En algunas ocasiones, ante las tentadoras ofertas de sus clientes, llegaba a enajenarlos. Pero luego mataba a esos mismos clientes para recobrar los preciosos ejemplares de los que él no quería verse desposeído. No se le imputaron aquellos crímenes, que quedaron impunes, mas finalmente cayó en manos de la justicia cuando asesinó a otro librero rival suyo, Agustín Patxot, que en una subasta había logrado adquirir un ejemplar de “Fors e ordinacions de Valencia”, impreso por Palmart en 1482. Este ejemplar era tenido por único en el mundo y siempre lo había anhelado ardientemente el monje exclaustrado, fray Vicente. Por la publicidad que tuvo el asunto, algunos libreros anticuarios hicieron saber que no se trataba de ejemplar único, sino que había varios. Esto produjo gran desazón al asesino, quien reconoció que, en tal caso, se había excedido matando a Patxot.
Por supuesto.el hurto de libros es siempre pecado en el terreno moral y falta o delito en el plano jurídico. Pero el hebraísta valenciano Orchell Ferrer creía justificada la sustracción de libros siempre que concurrieran las circunstancias siguientes: “Primera, que el libro no esté venal en las librerías; segunda, que quien lo posea no sea capaz de vendérmelo, de regalármelo ni aun de prestármelo; tercera, que la posesión del tal libro me sea útil por tratar de mis estudios preferidos; cuarta, que quien lo posea no pueda o no quiera utilizarlo y no saque de él más provecho que sacan los eunucos de las esclavas del serallo, y quinta, que haya ocasión propicia para hurtar el curioso y codiciado libro. Porque, habiéndola y concurriendo las otras cuatro circunstancias, ¡ es probado!: el libro llega a ser mío – decía Orchell – o perderé el buen nombre que tengo. Cosa “nullius” me parece el empecatado volumen y procuro ser su primer ocupante”.
Article:”Por amor a los libros hubo robos, suicidios y asesinatos”, El Libro Español, INLE, març 1968.

