
“Ja és sabuda l’anècdota del senyor que un dia decideix comprar tres metres de llibres. Comprar llibres a metres, i demanar, a més, que tinguin el llom de color vermell, o verd, perquè «facin joc» amb els mobles o la paret, és considerar els llibres des d’un doble punt de vista: de prestigi i ornamental.
O més exactament, potser: ornament de prestigi. Tot alhora.
El que ja no és tan «normal» —i em sap greu, ara, no recordar on ho he llegit— és que un senyor que estava greument malalt encarregués als seus hereus abans de morir que compressin llibres i els posessin a la sala d’estar. I no pas per llegir-los, ni per acompanyar les seves últimes hores amb lectures serenes o amenes, sinó perquè quan hagués mort i la casa s’omplís de visites, la presència dels llibres «fes bon efecte». Què haurien pensat d’ell, si no veien llibres a casa seva?
És possible que aquell senyor, mentre estava bo, no hagués rebut mai ningú a casa, o que el seus amics de confiança ja coneguessin el seu desinterès per la literatura; en tot cas, és clar que el fet de no tenir una petita biblioteca no li produïa cap trauma, que es diu ara. Però mai no se sap qui pot comparèixer a casa quan un s’ha mort… La gent té cops amagats, detalls inesperats de cortesia o d’amistat, i fins i tot rampells de tafaneria… Previsor, en un dels darrers moments de lucidesa l’home pot demanar: «Compreu llibres…»
Ha pogut viure sense llibres durant tota la seva existència, però els necessita per quan sigui mort. Vet aquí si ha arrelat en la nostra societat allò que els experts en diuen «la imatge»! Confio que els hereus no tan sols hauran satisfet el desig del malalt, sinó que hauran tingut la precaució intel·ligent de treure el plàstic que avui dia embolica molts volums perquè no es facin malbé. Almenys que pugui semblar que el difunt va obrir aquells llibres alguna vegada…

Els hereus, però, es devien trobar amb un problema: quins llibres comprem? Seria una mica exagerat, en aquest cas, instal·lar en un prestatge visible una colla de volums de la «Bernat Metge» de clàssics grecs i llatins.
Una «passada» cultural… Una col·lecció de novel·les policíaques? Home, això massa poc… Ja fan bonic, ja, les obres completes d’en Pla, però que tots els llibres siguin del mateix autor… «No ho sabíem —podria dir la gent— que el pobre difunt fos un fanàtic d’en Pla».
Si m’haguessin encarregat la feina a mi, potser hauria anat a una llibreria de vell i m’hauria endut un quants metres de llibres diversos, bons i dolents, antics i actuals, cars i barats, perquè l’aspecte del prestatge fos més creïble. Perquè una biblioteca personal o familiar, una biblioteca modesta però de debó és sempre una suma irregular de volums que han anat arribant de mica en mica, l’un darrera l’altre. Una biblioteca d’aquestes és bonica, encara que, certament, no fa bonic.
S’han pronunciat – o diuen que s’han pronunciat – abans de morir algunes frases memorables. Des d’aquell “passi-ho bé, senyor Llanas”, que Llanas va dir-se a ell mateix, fins al “més llum!” de Goethe, passant per la divertida frase d’Arrieta, l’autor de Marina.La nit abans de morir, un amic li preguntà com es trobava, i vet aquí la resposta: “Molt malament. Si quan surti el sol em diuen que m’he mort, no m’estranyarà gens”. Ara podem afegir a l’antologia aquest original “compreu llibres!..”
Article: “Llibres post mortem”, Josep M. Espinàs, Avui, 9 gener 1987.

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“La mañana, redonda y lustrosa como una manzana, cuando marzo marcea y el invierno huye con su capucha de nieblas y de lluvias, y un sol, todavía adolescente, ilumina Madrid.
Cuesta de Claudio Moyano. De ser el día festivo, lo más probable es que hubiera descendido al Campillo del Mundo Nuevo, a la Cuesta de las Descargas, donde Madrid tiene su tercera feria del libro usado. La primera, por su antigüedad, la formas las librerías de viejo de la calle de San Bernardo y adyacentes; la segunda, estos tenderetes, por los que paseo mi curiosidad a derecha e izquierda, pues a un lado están las pequeñas tiendas y al otro los caballetes con revistas y publicaciones con portadas de colorines.
El mercado cultural del Campillo de Mundo Nuevo solamente funciona los días en que los almanaques pintan en rojos sus números, mientras que el adosado a la tapia del Botánico se halla en misión cultural permanente, pues los establecimientos se abren a las diez de la manyana y se cierran “con la hora lunar”, como me dijo uno de los simpáticos industriales, que fue, en su mocedad, pastor en la provincia de Jaén, que llevaba al campo libros en los fondillos de los pantalones, pues ya se hallaba aquejado de la bella manía de la lectura.

Sólo tres días de descanso al año.
Ahora tiene aquí, en la Cuesta, su puesto y no desde ayer precisamente, sino desde el año 1934, disfrutando, como todos los demás libreros de Claudio Moyano, solamente de tres días de asueto al año, el 1 de enero, el 18 de julio, y el primero de mayo, festividad de San José Obrero.
Desde 1924 existe la feria.
Pero no perteneció el antiguo pastor al clan de los fundadores, que fue inaugurado diez años antes, en 1924, haciendo a Madrid más gracioso, más culto, al abaratar la cultura, aunque hayan sido necesarias algunas concesiones a la novelilla insustancial, llamada rosa, pero colocándola fuera del comercio, más al aire libre todavía.
Ni aun allí tiene la Cuesta aspecto de zoco, como sucede en las Descargas, donde las publicaciones esperan al comprador, en el mismo suelo o a bordo de carritos de mano.
De los fundadores, solamente queda uno, el señor Casado, cuarenta y cinco años en la brecha que es el departamento señalado con el número 16. Los demás, en su mayoría, son hijos o parientes de los primitivos dueños, porque rara vez pasan a ser propiedad de otras personas, ajenas a la profesión o que habiendo sido también libreros no se encuentren, de una forma o de otra, vinculados al grupo fundacional.
Al gunos de estos industriales tienen dos o tres puestos aquí mismo, su establecimiento en la calle de San Bernardo o su stock de libros raros o curiosos, en un primer piso de una casa corriente.

El público de la feria.
Por la Cuesta de Claudio Moyano, pasa un mundo tan curioso como los libros de los especializados.
Me lo dijo uno de los comerciantes allí establecidos:
Por aquí desfila toda clase de público, personas cultas, catedráticos, políticos, especialistas y hasta los que pretendiendo hacerse pasar por gente cultivada, nos dicen: Yo me llevaría este Diccionario, pero no tiene índice.
Como frecuentadores de sus puestos me señalan los nombres de dos ministros, los senyores Iturmendi y Fraga Iribarne.
Continúa fijo el recuerdo de tres hobres eminentes, aficionados a curiosear en estos estantes, Baroja, Marañón, “Azorín”. Cuentan en la actualidad con un adalid, excelente periodista, escritor de buenas letras, Juan Sampelayo.
– Y no de ahora – me dicen – sino de siempre.
En una ocasión le hicieron un agasajo en un restaurante de Vallecas, y cuando necesitan que se escriba algo en defensa de su pequeña y lírica industria siempre cuentan con Sampelayo dispuesto a hacerlo.
– Recientemente falleció uno de nuestro gremio, cuyas circunstancias económics aconsejaban ayudar a los suyos. De la necesidad de hacerlo se hizo eco don Juan, a quien estimamos en lo mucho que vale.
Transformación en los gustos de los lectores
También aquí se observa una transformación en los gustos de los lectores.
– Ahora vienen muchos más jóvenes que antes, aunque posiblemente el porcentaje de compradores no haya aumentado ni disminuido en proporción apreciable y lo que suceda sea que ha crecido la población de Madrid, pasando de menos de un millón a mas´de tres millones. Es perceptible el aumento de una clientela juvenil, lo mismo de chicos que de chicas.
– ¿ Qué vienen buscando?
– Por lo general cosas definidas, no a ver lo que encuentran, y dispuestos a llevarse cualquier obra.
– ¿ Cuáles son esas cosas definidas?
– Por una parte obras que traten de filosofía, política, historia y arte. Poco humorismo y poca novela. Por lo que se refiere a los escritores de la generación del 98 o de un poco antes o un poco después los preferidos son Baroja, Valle-Inclán, “Azorín” y Galdós, éste más en las novelas que en los Episodios Nacionales. Algo menos José María de Pereda. No falta doña Emilia Pardo Bazán.
– ¿ Y de poesía?
–Salinas, Alberti, Antonio Machado.
Encontré en la permanente feria varios diccionarios rusos.
Me sorprendió que los jóvenes buscasen novelas de Víctor Hugo, con preferencia Los Miserables; menos, que pidieran Guerra y Paz, de Tolstoi, y menos todavía, las prestigiosas obras de anticipación de Julio Verne.
“Feria permanente del libro usado” per Ángeles Villarta . El Libro Español, INLE, nº 136, abril de 1969.

