
“El polígraf Ramon Miquel y Planas, l’editor Gustau Gili i el llibreter Josep Porter i Rovira formen part dels fundadors de l’Associació de Bibliòfils de Barcelona; els tres van ser homes del llibre i l’evocació de les seves trajectòries professionals – seguint l’ordre cronològic de l’aportació de cada un d’ells al camp de la bibliofília – permet recórrer un període clau de la història de l’edició i de la lectura en el qual la bibliofília va exercir un paper indispensable i sovint silenciat.
Quan Ramon Miquel i Planas (1874-1950) situa la seva obra autobiogràfica, La novel·la d’un bibliòfil, a la biblioteca del personatge principal, tria el lloc emblemàtic d’una vida que va dedicar gairebé exclusivament al llibre. Així ho recorda Martí de Riquer: “La seva selecta i escollidísima biblioteca es va formar a força de llibres que llegia, saborejava, estudiava i coneixia al detall, i que conservava en riques i elegants enquadernacions. Biblioteca primordialment de treball, en Ramon em va confessar, una vegada, que tot llibre per ell citat en els seus nombrosos treballs el posseïa en les seves prestatgeries, detall revelador del seu més íntim concepte de la bibliofília que per en Ramon sempre va ser un mitjà, no un fi. La seva activitat professional com a director d’una empresa d’edicions, impressions i enquadernació va fer que la seva vida sencera, dia rere dia i hora rere hora, estigués consagrada materialment al llibre, i en aquest sentit la seva labor va ser encaminada sempre per normes del més depurat gust i de la més sòlida competència “.
Oposant-se a la imatge un tant malèvola del bibliòfil que s’acontenta amb atresorar volums, la biblioteca de Ramon Miquel y Planas no només va ser una base de dades per a les seves investigacions sinó també una escola de “formació professional” per als que s’interessaven pel llibre . Així el llibreter Antoni Palau i Dulcet apunta en les seves Memòries: “El 21 de desembre de 1919, verifiquem una visita a la biblioteca del senyor

Miquel y Planas, els amics Amadeu Llaverías, Joan Olivella, Pau Felisart i jo”. Allà descobreixen obres de biblioteconomia, bibliomania, gòtics catalans, obres de luxe, llibres minúsculs, enquadernacions d’art, gramàtiques, ex-libris, super-libris, etc., que demostren la curiositat enciclopèdica del col·leccionista.
En aquestes tertúlies el tema únic, és clar, és el llibre amb tots els seus matisos que Ramon Miquel y Planas presenta així: “El llibre és per ventura l’obra més completa que hagi pogut sortir mai de les mans de l’home”. És, en efecte, el llibre un tot complet, en el qual la criatura humana es mostra creadora al seu entorn, suposat que en ell es reuneixen un element espiritual, que és l’obra literària, fruit de la pensada, i un element material, que és el llibre mateix en la seva forma tangible. Llibre perfecte seria aquell en què tots dos elements, cos i ànima, es corresponguessin dignament; en què la bellesa de l’obra literària tingués una exacta concordança amb la bellesa i perfecció dels components materials que formen el llibre, fins al punt que semblant conjunció constituís una integral i perfecta obra d’art. Tal és la concepció que de el llibre tenen els bibliòfils “.
“De la afición por el libro a la defensa y promoción de la bibliofilia”, Philippe Castellano. En el llibre Lletres il·lustrades. Associació de Bibliòfils de Barcelona. 75 anys d’edicions, Albert Corbeto (editor), Ed. ALOMA& ABB, Andorra la Vella, 2019.

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“ Aunque ahora estoy próximo a convertirme en una estrujada masa con otra papelería informe, quiero dejar constancia de mi categoría, cuando en cierta ocasión estuve expuesto. La exposición de libros, exigente dentro de su especialidad, resultaba importante para los interesados. Mi dueño de entonces dudó si volver a encuadernarme, vistiéndome adecuadamente, con lujos de gofrados, de chagrín, de ruedas, de orfebrería o esmaltes…, pero al fin decidió dejarme con mi propia cobertura; primero, porque lo que de mi se exhibiría era la portada, y por tanto nada diría lo que en mis planos se hubiera empleado como ostentación; y en segundo lugar, porque mi dueño estaba contento con mi aspecto, al no ser partidario de reencuadernar libros que por sí mismos tenían entidad y conservaban el sabor propio de la época, el genuino carácter de su contenido; creía que algunas encuadernaciones solo servían para desvirtuar o sofisticar un libro.
En la Exposición en que tomé parte lo pasé bien, porque los asistentes nos observaban meticulosamente, aunque muchos ignoraban nuestro valor real, al no decirles nada el año de edición, el título, el impresor o el tema. Noté el deseo de alguna persona de coger determinado libro para mirarlo de cerca, pasando páginas y comprobando detalles que sólo son ostensibles si el libro se tiene entre las manos, como por ejemplo los grabados intercalados, las viñetas, las cabeceras, los frisos, el frontispicio, el colofón, las capitales, las orlas… Sí, advertía yo que ciertos curiosos quedaban insatisfechos con la pasiva mirada sobre la portada, y ello bajo la vigilancia de un empleado que observaba celoso para que no se tocaran los ejemplares expuestos, ya que la mayor parte de ellos eran de propiedad particular, y sus dueños habían impuesto, por lo menos, la condición de una estricta custodia de los libros prestados para evitar deterioros, e incluso robos.
Precisamente fue un robo lo que supuso para mí otro cambio de propietario, porque cuando Juan estuvo en casa del fallecido Pedro y le dijo a un hijo de éste que le gustaría ver la biblioteca del padre, el hijo, inocentemente, se la mostró,y más ingenuamente aún, lo dejó unos momentos solo. En unos segundos, Juan, que me había visto en un estante y experimentó el consiguiente gozo, apenas estuvo solo en la biblioteca, me sacó raudamente de entre mis compañeros, y en un estratégico movimiento me transportó con su mano derecha a su sobaco izquierdo, bajo la camisa desabrochada nerviosamente; me oprimía su brazo que tenía cierta libertad por estar yo también disimulado aprovechando la holgura de la chaqueta, así como por el cinturón que impedía mi caída a partir de la cintura. Noté el calor corporal de Juan, y casi también el palpitar de su corazón alterado por el robo, dudando si cuando regresara el hijo de Pedro se fijaría en el hueco del estante de la librería, o le dijera al despedirse: ‘ ¿ puedo cachaerlo por si me lleva algún libro?’ O, todavía peor, que hubiera observado su actitud por algún agujero desde el exterior de la habitación, y le soltara al despedirse. ‘Devuélvame el libro que cogió y tiene bajo su camisa’. La presunta vergüenza por la acusación y certeza de la culpa le preocupaba, ya que además él era sumamente escrupuloso en cuanto supusiera honradez, y se consideraba digno en sus acciones humanas. Pero… el libro aquel – es decir, yo – no lo tenía en su biblioteca a pesar de haberlo perseguido durante bastantes años, y consideraba incluso que robarlo para poseerlo él, era preferible – aun tratándose de un robo – a que estuviera en poder del indiferente hijo de Pedro, de quien quizás pasara a una persona que no supiera estimar el valor que yo poseía como libro raro, escaso y apetecido.”
Del conte: “Seis memorias de un libro”, de Luciano Castañón,a Cuadernos de Bibliofilia, núm. 6 d’octubre de 1980, p.63-64.

