
“La primera societat de bibliòfils femenina: Les Cent-Une, société des femmes Bibliophiles.
Aquesta societat es va crear el 1926, als despatxos de la Nouvelle Revue Française, a iniciativa de tres dones, la baronessa de Brimont, madame Rivière-Schakhowskoy i madame Albert Pigasse. L’elecció del nom “Cent Une” obeeix al fet que aquesta xifra és l’única que té gènere femení en francès.
Va néixer, per tant, per resoldre la dificultat amb què es trobaven les dones bibliòfiles en l’època, la presència estava majoritàriament vetada a les societats de llavors. L’agrupació es componia de 101 sòcies, entre les que es trobaven artistes i dones de lletres i de l’alta societat: la princesa M. Ghyka, la comtessa de Lubersac, la comtessa de Noailles o la comtessa Thérèse d’Hinnisdal. Van abundar els noms de les esposes de coneguts escriptors: senyora de Paul Claudel, d’André Maurois o de Paul Morand.
La més distingida de les sòcies va ser, potser, la italiana Anna Laetitia Pecci Blunt, neboda néta del Papa Lleó XIII, una de les personalitats amb més renom en l’escena social i cultural del seu temps, molt relacionada amb pintors com Picasso o Dalí. (Anna Letitia era filla de comte italià Camillo Pecci i de l’espanyola Silvia de Bueno y Garzón). Entre les sòcies que conformaven el comitè es trobaven l’esposa de Paul Claudel, la bibliòfila i editora Madeleine de Harting i Valentine Dethomas, esposa d’el pintor Ignacio Zuloaga i germana de l’il·lustrador Maxime Dethomas.

La societat va començar la seva activitat editorial en 1927 amb la publicació de Suzanne et le Pacifique, de Jean Giraudoux, il·lustrada amb gravats al burí de Jean-Émile Labourer; a aquesta publicació li van seguir en 1928 Partage de midi, una de les primeres obres de Paul Claudel i Lettres à Madame Scheikévich, de Marcel Proust. En 1941 va fer una edició de Études pour “Mon Faust”, de Paul Valéry, amb il·lustracions de l’autor mateix gravades en fusta per Pierre Bouchet. Una de les edicions més conegudes és Le Cantique des Cantiques, suivi des Commemtaires de Sainte Thérèse d’Avila (1946), obra il·lustrada amb puntes seques de Michel Ciry.
El 1974 va sortir la vint-i-setena obra de la societat, L’Imitation de Notre-Dame la Lune selon Jules Laforgue, de François Villon, amb aiguaforts de Jean Jansem; el 1988 va aparèixer La Comptesse de Tende suivi de La Princesse de Montpensier (1988), de Madame de Lafayette, amb gravats a l’aiguatinta de Gustave Le Créach.
Dues de les últimes publicacions d’aquesta societat, que celebrarà el seu centenari en 2026, van sortir en 2015 i 2017: De quoi parlent els ximpanzés (2015), un assaig del neuropsiquiatre Boris Cyrulnik, il·lustrat amb fotografies d’Antoine Poupel; i La Maison du Lys de France (2017), de Gérard Manset, amb il·lustracions de François Schuiten reproduïdes en impressió digital. El text d’aquesta edició (de 125 exemplars) està compost a mà en caràcters Gill Sans i es va imprimir en tipografia al taller de Vincent Auger.
“La primera societat de bibliòfils femenina: Les Cent-Une, société des femmes Bibliophiles”, dins de l’article de Germán Vasid Maliñas: “Sociedades de bibliófilos, viaje por 200 años de historia”, en el llibre llibre Lletres il·lustrades.Associació de Bibliòfils de Barcelona. 75 anys d’edicions;Aloma&ABB, Andorra/Barcelona, 2019.

“ Concurren a la feria, cada domingo, muchos centenares de compradores, y en pocas horas, de nueve o diez de la manyana a dos de la tarde, se efectúan transacciones por varias decenas de miles de pesetas. Véndese, además de libros, todo cuanto se relaciona con ellos o, mejor, con las artes gráficas. En los últimos tiempos ha adquirido considerable importancia el comercio de revistas ilustradas, de sellos y de cromos.
Cada género tiene su especialista, en el que vende y en el que compra, y todas las formas de la manía coleccionista y sus derivados, de la que tan hondamente estamos afectados los humanos, se manifiestan allí abiertamente.
Es curioso seguir al coleccionista, frecuentador asiduo de la feria, y descubris sus debilidades y extravagancias; pero no menos curioso e instructivo es observar a los libreros detrás de sus libros esperando silenciosamente, con digna seriedad o con aburrimiento, al comprador, o exaltando a grandes voces su mercancía. Algunos son comerciantes natos, hábiles vendedores que saben valorizar su mercancía, al efectuar la transacción, o que saben exponerla, particularmente aquellos que amontonan sus libros sin orden ni concierto, como si pretendiesen dar la sensación de que no conocen el valor de su mercancía. Con lo que, hay que reconocerlo, estimulan al comprador que, a menudo, en pos de una falsa economía, se decide a gastar diez pesetas en lugar de tres, de seis o de nueve.
Hay que decir que en esas pilas desordenadas aparecen a menudo libros de interés, no incunables naturalmente, ni ejemplares únicos, ni ediciones numeradas, pero sí folletos difíciles de encontrar, primeras ediciones que mañana serán buscadas, curiosidades bibliográficas que un día aparecerán en los catálogos de los libreors anticuarios y sobre las que se lanzarán con su acostumbrada avidez los coleccionistas.

Pero además del librero comerciante, encuéntrase también en la feria el librero bibliófilo, serio, como convencido del valor y del mérito social de su actividad y que sabe lo que vende; éste cuida al libro, lo limpia antes de venderlo, lo reconstruye o lo reconstituye y lo expone dignamente. Y pide, además, por él lo que realmente vale.
Los libros antiguos han desaparecido casi del todo de la feria, como van desapareciendo de las librerías anticuarias, para caer, como ocurre en todo el mundo, en manos de coleccionistas y de bibliotecas, de donde ya no salen.
Pero el negocio no muere. El coleccionismo es eterno. Ya empiezan a apreciarse las ediciones de hace cincuenta años o menos, cuya rareza, al ir en aumento, acrece su estima.
La afición coleccionista, por otra parte, crece cada día, se especializa y se desplaza de objeto, y con ella el número de vendedores. Las cuatro manzanas que circunscriben el mercado de San Antonio resultan insuficientes. Son ya seis formando dos hileras paralelas de puestos, separadas por un estrecho pasadizo, donde se apretuja y empuja la creciente multitud de compradores cargados de libros. Sin embargo, los libreros se quejan. No realizan apenas compras y, por tanto, no disponen de libros para vender. ¿ Por qué? Se publica más, se lee más, los reveses de fortuna no han disminuído con relación a los tiempos pasados. ¿ Cómo es, pues, que la gente no se deshace de sus libros?

En alguna de sus obras expone Darwin la sorprendente relación que existe, si no recuerdo mal, entre las ratas y el consumo humano de leche. Abundancia de ratas significa disminución de piensos y forrajes; por tanto disminución de vacas; por tanto, de leche; por tanto, escasez de ésta en la alimentación.
Algo semejante ocurre – aunque no en el plano de la alimentación, naturalmente – con los libros. La gente no cambia de casa con la facilidad con que lo hacía en otras épocas más sosegadas, y de consiguiente no se encuentra en la precisión de adaptar y ajustar sus cosas a una nueva vivienda. De ahí que no hay sobrante, objetos, cosas, libros de los que resulta necesario desprenderse.
Con lo que se demuestra que unos decretos sobre alquileres han tenido la inesperada repercusión de reducir las posibilidades del comercio del libro usado”.
Article: “Els Encants de Barcelona”, d’Augusto Matons Colomer, a la revista Bibliofilia IV, Ed. Castalia, València, 1951; p. 55-57.
