
“Crec sincerament que tots els col·leccionistes – llevat que l’objecte de la seva mania sigui decididament absurd – són dignes de respecte, doncs combaten i retarden, pel que fa a un punt determinat, la inevitable i universal destrucció, i, al mateix temps, salven i conserven alguna cosa pertanyent al passat i passat selecte. Amb tot, em sembla que, entre ells, els més ben inspirats són els que es consagren a col·leccionar els llibres vells, ja que al col·leccionar no conserven únicament, com els altres col·leccionistes, un objecte d’art – en tractar de llibres l’obra d’art pot ser l’enquadernació que, si és bella, és un treball tan intel·lectual com manual – sinó que conserven el que va ser, per mitjà de la lletra impresa, l’expressió directa de la intel·ligència. I de vegades, per joiosa reunió d’aquestes tres condicions – vella enquadernació blasonada, text important, procedència il·lustre – aconsegueixen que posseeixin i es guardin fragments d’història triplement viva.

Fa alguns anys, en una venda pública, es va subhastar un exemplar de Sentiments de l’Académie sur le Cid, amb les armes de Richelieu, i anotat pel mateix cardenal; en una altra ocasió li va tocar el torn a l’exemplar d’Esther que Racine va oferir a Madame de Maintenon amb dedicatòria autògrafa … Oh no em digueu: “I què ens importa això?” Quina ànima ben temperada i respectuosa de l’Acadèmia, quina ànima enamorada de Racine i al mateix temps interessada per la bonica aventura de Saint-Cyr romandrà insensible davant aquests dos llibres, en pensar a qui van pertànyer, qui els van regalar, qui els van fullejar, i quina mà, al posar-se sobre les seves pàgines conduir la ploma d’au que grinyolant les esgarrapar, fa d’això dos-cents setanta i dos-cents vint anys?

Però, al capdavall, aquestes són joies excepcionals, per aficionats opulents. Hi ha tresors més accessibles i que, no obstant això, tenen també els seus encants, per exemple, un bon llibre vell, clàssic, contemporani de l’autor, ben conservat, amb amples marges i enquadernació de l’època, de tafilet si és possible “.
Extret del Prefaci del llibre “En marge des vieux livres”, de Jules Lemaitre, Société Française d’Imprimerie et de Librairie Ancienne Librairie Lecène, Paris, 1906. Llegit a “El Mundo de los Libros”, selecció, pròleg i notes de Domingo Buonocore, Librería y Editorial Castellví, Santa Fe ( Argentina), 1955.
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“Las páginas de los incunables o las impresas en los siglos XVI y XVII ostentan aún las huellas del chirriante crujir de las prensas de madera nómadas. Pero, aunque superados los defectos años después por el desvelo de impresores ilustres, el libro vetusto no ha perdido el grato olor del artificio primario.
La inocente errata de la edición príncipe – objeto de tantas ironías – tiene la gracia de un gorjeo infantil y no se cambiaría el codiciado ejemplar, es cierto, por otro ejemplar posterior, impreso en el mismo año, con la errata corregida. Esto, sépalo el mundo profano, no es extravagancia. Es amor.
Los elementos tipográficos, su distribución y su examen son un pasatiempo a la vez sabio y pueril. La evolución de los tipos de letra, su estado de fatiga y sus mellas; sus contornos romos producidos por el continuo juego de componer y descomponer ideas; su nitidez o su rebaba, su cruce, que permite al bibliógrafo precisar fechas de impresión no consignadas. ¡ Cuánta sugestión posee esta curiosidad ! Tanta, como, en el sentido estético, ofrecen los magníficos frontis arquitectónicos que lucen algunos de los libros impresos en el siglo XVII, paradigma de equilibrio y belleza, prestancia majestuosa, pórtico solemne del olimpo de la sabiduría.
La prolija relación del título de la obra que se observa en las portadas de los libros de los siglos XVI, XVII y XVIII y las precisiones lapidarias del colofón. La enumeración de títulos nobiliarios y prebendas del autor; suma de privilegios, censuras, erratas, tasas, y protestas en defensa de la fe; aprobaciones y sentidas dedicatorias a reyes y magnates, las loas y los sonetos distribuidos en las páginas preliminares, son un compendio de idiosincrasia antigua y de formulismos sin que nadie se hubiera propuesto dejarlo escrito.

Pero hay más. El arbitrario valor que concedieron los impresores de cada país a las cifras romanas origina, a veces, divertidos problemas criptográficos difíciles de resolver – aun con la ayuda de ‘Ruveyre’ – que avivan la imaginación sin desvanecer enteramente la duda. Así como la gravedad de ciertos errores, reales o supuestos, pueden quitar el sueño y dar lugar a apasionadas controversias como la que, en nuestros medios bibliográficos, suscitó, no ha muchos años y sigue aún latente, la fecha de impresión de la Gramàtica ‘d’En Mates’.

Las caprichosas signaturas alfabéticas que ordenan hojas y pliegos – tortura muy a menudo del encuadernador – el reclamo de los folios, los calderones gramaticales y las no siempre necesarias abreviaturas, nos encantan por su naturaleza prístima al igual que el ceceo y arcaísmo del lenguaje en formación de los textos antiguos. Las letras capitales historiadas, los adornos y viñetas de origen aldino atraen nuestros ojos con placer, al igual que la delicada tosquedad del arte románico que ilustra las incipientes xilografías.
Los libros del siglo XVIII – de los que es singular ejemplo el ‘ Salustio en Español’ – salidos de las prensas de los ‘Ibarra’, los ‘Baskerville’, los ‘Bodoni’ o los ‘Didot’, con su soberbia tipografía y las planchas al aguafuerte o grabados al acero que enlazan en cada país nombres ilustres del arte con los nombres ilustres de la inteligencia, de la poesía y del saber, son piezas que, con sus maravillosas encuadernaciones de la época, resumen el valor de la continuidad de la ciencia y el arte.”
Emilio Brugalla Turmo: En torno a la Encuadernación y las Artes del Libro. Diez temas académicos. CLAN, Madrid, 1996, pp. 39-40.

