Del llibre de Jaume Pla
“Les tirades limitades són un truc que han inventat els editors per valoritzar les seves edicions, per fer-les més rares i desitjables. En el fons no són gran cosa més que una immoralitat i una injustícia. Es pot defensar un tiratge limitat quan la tècnica de les il·lustracions no permeti una tirada llarga – en el cas d’estar gravades a la punta seca, per exemple -. Generalment no són altra cosa sinó el fruit d’una civilització bastant renyida amb l’ètica. Tot i que s’ha dit, la justificació de les curtes tirades pot tenir una raó al nostre país: es tiren pocs exemplars perquè no es vendrien més, perquè el mercat és limitat i l’amortització es fa amb els exemplars que es venen, no amb els que s’imprimeixen. Però la bondat d’un llibre no té res a veure en absolut amb el tiratge.
Museu Molí Paperer de Capellades
El paper de fil s’empra per la seva durada i per la bellesa intrínseca de la seva matèria. De totes maneres, no ens falten papers de fil mal fabricats, plens d’impureses, i altres que no tenen de fil més que el nom i el preu. El nom no significa res. El que interessa és el color, la qualitat setinada o rugosa, el gruix i la consistència. Aquests sí que són factors dignes de tenir-se en compte a l’hora d’escollir. Però moltes vegades seria preferible emprar un bon paper continu a un fil impossible d’imprimir.
Técnicas del Grabado Calcográfico y su estampación de Jaume Pla. Eds. Omega, Barcelona, 1986, 3ªed.pp.175
Hidra de Lerna (imatge a la Viquipèdia)
“ El bibliófilo, por lo general, es egoísta. Ama a sus libros como el avaro a sus caudales, como el amante celoso a la dama de sus pensamientos. El bibliófilo – que muchas veces es un bibliómano – se resiste a prestar sus libros, que no siempre lee, que mira y acaricia calculando sus méritos extrínsecos, los cuales provienen de la fecha de la impresión, del número de los ejemplares sellados, de un ‘exlibris’, de un autógrafo, de ciertas láminas, de la calidad del papel.
El bibliófilo sabe siempre lo que tiene entre manos. Su psicología – su fisiología, hubiera dicho Balzac – es la del coleccionista; si bien el coleccionar libros parezca ocupación y afición más nobles, por ejemplo, que la de reunir anillos de cigarros o ‘menús’ de banquetes.
Dentro del ‘género bibliófilo’ existen varias especies. Una muy generalizada es la del enamorado de las encuadernaciones suntuosas, de las guardas de raso, de la ornamentación de la página. Para éste, el libro es un artículo de lujo, y un ‘Quijote’ o una ‘Divina Comedia’ que por su bajo precio se pongan ‘al alcance de todos’, le inspiran el más profundo desdén. El bibliófilo suntuario suele entender más de pieles, de tintes y de estilos de letras que de las letras mismas. El libro en rústica le da náuseas.
Otra especie es la del bibliófilo omnívoro. A éste todo le interesa. No, naturalmente, para leer , sino para guardar.Su pasión consiste en acumular libros de cualquier índole, en catalogarlos por autores, por materias, por idiomas. Le encanta remover sus volúmenes, sacudirlos. Consume muchos plumeros durante su vida. Y la polilla le parece un monstruo más temible que la Hidra de Lerna.
Otra especie es la del bibliófilo cleptómano, la de esos rateros de libros que ‘operan’ en las bibliotecas, en las ferias de libros viejos, en las librerías de nuevo, en las casas particulares y allí ‘donde haya ocasión’… Exactamente como los tres ‘ratas’ de ‘La Gran Vía’. Pero no hurtan mas que libros.
Conocí en Madrid a un escritor famoso a quien no perdían de vista los mercaderes de la Feria del Botánico. Vile escamotear una vez un libro que marcaba cincuenta céntimos. Fue muy gracioso. Primero lo miró, lo escogió visualmente; luego le extrajo de la pila, lo manoseó, lo hojeó, espiando al feriante con el rabillo del ojo, y cuando supuso que podía consumar su hurto se lo deslizó en un bolsillo de su gabán. ‘Son dos reales, señor’, díjole en voz baja y respetuosa el librero. Entonces el bibliófilo cleptómano le entregó una moneda de cinco pesetas, exclamando:’¡ Lo hacía por castigarle! No sabe usted lo que vende… Otra vez será’.
¡Gran figura la de aquel ’ladrón de libros’! ‘El libro robado – díjome aquella misma tarde de su hurto fallido – es dulce y sabroso, como la fruta del cercado ajeno. Cuando yo era joven fui el terror de la biblioteca del Ateneo. ¡Que me prendan!. Rió con una risa que me pareció cervantina. Y concluye la anécdota”.
Article: “ El bibliófilo ‘mirlo blanco’ “, d’Alberto Insúa, a La Vanguardia del 16 de febrer de 1951, p. 5.
Biblioteca Ateneo de Madrid, sala “La pecera“