XI
Si als Encants veus exposar
munts de llibres sens tallar
i marcats a un preu que atrau,
tira avall i digues: mau!
XII
Molts compren per fer consultes
llibres de ciències ocultes…
encara hi ha, pel que es veu,
qui en bruixots i en bruixes creu.
XIII
Els llibres en pergamí
per vendre’ls no fan patí.
Però l’assumpte varia
pels de lleis i teologia.
XIV
Aquells que tornen tacats
llibres que els foren deixats,
s’acrediten, sense embuts,
d’ésser uns solemnes bruts.
XV
‘Papers vells porten microbis’
sol dir un que a tot fa oprobis.
I amb aquest criteri franc
només recull els del Banc.
XVI
Un llibre pot sê excel·lent
malgrat no el compri la gent.
I una obra encar que esgotada
pot ser una pasterada.
XVII
No diguis llibres comprats
fins que els tinguis ensacats.
I per major garantia
carrega’ls el mateix dia.
XVIII
Comprar llibres a un menor
no fa al llibreter favor.
A més, si el pare en té esment
es pot rebre de valent.
XIX
Per tal d’aprendre l’anglès
gastant-se sis rals només,
molts es compren uns manuals…
i es queden sense els sis rals.
XX
No és home de gaires lletres
qui compra llibres a metres,
ni és tampoc de gaires llums
qui s’omple d’autors patums.
Del llibre: “Els cent consells del llibreter decent” de Jordi Trieu i Remeneu, Ed. Millá, Barcelona, 1947.
“ Resulta extensísima y dramática la lista de las pasiones, rayanas en bibliolatría y bibliomanía, a que el libro ha dado origen, y que ponen de relieve su extensión imprevista y su alcance inusitado. Tras de estos casos, forman legión el número de los amantes que, por juiciosos y prudentes, son no menos dignos de atención y de recuerdo.
Pero no se contenta esta rama del comercio librero con que el coleccionista y el bibliófilo amen al libro y sepan sentir la apasionada seducción de sus innumerables atractivos; necesita también la pasión del comerciante mismo. ¡Cuántas veces la bibliofilia y el propio coleccionista han sido los orígenes de un anticuario ¡ Llevados de tan acuciante pasión, han ido invirtiendo en libros, una a una, hasta la última peseta, y un día han tenido que vender sus tesoros para vivir y para poder volver a comprar.
Así se explica el que en su brillante historia se den múltiples casos de libreros que exhiben sus obras, las tienen en la tienda, las muestran al público y cuando llega la hora de desprenderse del ejemplar por el precio fijado se niegan a aceptar la venta, abrazados amorosamente a ellos, como el avaro a su tesoro, temerosos de que puedan arrebatárselo o perderlo. ¡ Cuántos otros han pasado, año tras año, con su capital, mayor o menor, totalmente invertido en libros y limitando sus ventas a lo indispensable para sostener sus gustos generales y poder comprar un pedazo de queso y pan por todo alimento cotidiano ¡
El que no sienta una pasión por el libro, el que carezca de sensibilidad para apreciar el carteo de un papel de hilo de primera clase, de una tipografía limpia, de caracteres claros y bellos, de unas ilustraciones selectas, de una encuadernación, en fin, artística y adecuada; el que al descubrir el ejemplar de una primera edición de Garcilaso o Fray Luis de León no sienta acudir a su imaginación la idea de que así llegaría por primera vez a manos de su autor en forma corpórea y visible la obra en que empleara tanto desvelo, y no se le represente la emoción con que la retendría entre sus temblorosas manos, no hará progresos, porque estas obras, de ordinario modestas, recatadas y sencillas, sólo ofrecen sus encantos, sólo sonríen desde las filas uniformes y polvorientas, donde muchas otras le acompañan, a los que les rondan y persiguen con ojos de enamorados y fuertes latidos de corazón.”
Lasso de la Vega, Javier: “El comercio del libro antiguo”. Gráficas González, Madrid, 1946. pp. 5-6.