I
No diguis a la família
que pateixes bibliofília,
car si ho sap la teva dona
no tindràs una hora bona.
II
Comprador passavolant
es torna a voltes, constant:
aquest canvi sols depèn
del bon tracte del qui ven.
III
A més d’un ha tret d’apuros
havê en llibres gastat duros,
puix que el llibre a tot arreu
és cosa que avui té preu.
IV
Llibreter que enganya al client
a la llarga hi surt perdent:
perd prestigi, perd dinê
i la dignitat, si en té.
V
El llibre d’actualitat
sol fer-se vell aviat.
Quan no interessa a ningú
El drapaire se l’enduu.
VI
Ningú no aprendrà cap cosa
si llegeix novel·les rosa,
puix són cursis cent per cent
del títol a l’argument.
VII
Sempre ha estat poc elegant
girà els fulls ensalivant,
i molt propi del marrà
amb els dits els fulls tallà.
VIII
Entre els escriptors d’abanss
n’hi ha, sens dubte, de molt grans.
però es troba en l’antigor
cada llauna que fa por.
IX
A més d’un col·leccionista
no convé perdre’l de vista,
puix si bades una estona
a ta esquena col·lecciona.
X
Hi ha catàlegs que ofereixen
llibres rars que no els posseixen:
els demanes i és sabut
que et diuen que els han venut.
Del llibre: “Els cent consells del llibreter decent” de Jordi Trieu i Remeneu, Ed. Millà, Barcelona, 1947.
χφ χφ χφ χφ χφ χφ χφ
“ Turnebe, el eminente helenista, el día de sus nupcias se olvidó de ir a la iglesia, embebido en la lectura de los clásicos; Guillermo Bude, entregado a la lectura de Virgilio, contestó cierto día a la criada que despavorida le anunciaba que la casa estaba ardiendo: ‘Ya te he dicho que las cosas de la casa se lo cuentes a la señora’. El abate Goujet murió de pena por haberse visto obligado a vender su biblioteca. Jules Danin decía: ‘ Amigos míos: el que quiera conocer de una sola vez todos los males de esta vida, que venda sus libros’. Gopil, profesor de Botánica, murió de desesperación al ver su biblioteca entregada al pillaje. R. Brunck a quien los reveses de la fortuna le obligaron a vender poco a poco sus libros, cuando oía hablar de alguno de los volúmenes que había poseído se le saltaban las lágrimas y dícese que murió poco después de efectuar su última venta; le mató ‘le dernier coup’. Jules Claretie, que había donado su rica colección de libros románticos, entre los cuales se encontraba un ejemplar de la célebre edición de Pablo y Virginia de Curmer, a la Biblioteca del Arsenal de París, compareció un día, pobremente vestido, ante el director de la Biblioteca; le pidió permiso para hojear sus libros, y dos días después se quitó la vida. El marqués de Chalabre murió de un ataque de desesperación, al no poder adquirir un ejemplar de cierta obra que jamás había existido; una Biblia que en un momento de buen humor había inventado Charles Nodier. Petrarca murió en el bello lugar que corresponde a un bibliófilo: ‘ Sur son Virgile ouvert le doux Petrarque est mort’.
Brunet halló también la muerte sentado en una silla, rodeado de libros, tal cual había vivido. Mommsen, rendido de fatiga y por el sueño, prendió fuego a sus largos cabellos blancos en la bujía con que se alumbraba, mientras trabajaba en su biblioteca, y murió pocos meses después como consecuencia de las quemaduras sufridas.”
Lasso de la Vega, Javier: “El comercio del libro antiguo“. Gráficas González, Madrid, 1946. pp. 3-4.