-“ En 1847, un gran bibliòfil, el comte de la Bedoyère, va decidir posar a la venda la seva biblioteca. Només un capritx de col·leccionista li va dictar aquesta decisió, però un cop començades les licitacions, es commou i irrita davant la idea que qualsevol pugui posseir els seus preciosos exemplars. A partir del número 1 del catàleg de la subhasta es dedica a licitar furiosament de manera que, en acabar aquesta, el trobem de nou en possessió dels seus ‘estimats’ llibres als quals s’afegeix la nota de despeses del taxador.
La bibliofília. Heus aquí una altra de les antigues passions humanes. Els primers reis francesos, Joan el Bo i especialment el seu fill Carles V, són els avantpassats dels nostres grans bibliòfils.
Carles V compra manuscrits i, en 1337, nomena un ‘guardià de la biblioteca del rei’ encarregat de classificar i instal·lar a la torre de la llibreria, al Louvre, els 910 manuscrits que posseeix. ‘Es van col·locar 30 candelers petits i un llum de plata que s’encenia totes les nits per tal que pogués treballar a tota hora’.
Amb la impremta, que neix durant el regnat de Lluís XI, apareixen les primeres manifestacions de la passió per les sèries de llibres; durant molt de temps encara es preferiran els manuscrits, de millor aparença i més artístics, als impresos considerats simplement utilitaris i poc elegants.
Lluís XII és el primer que manifesta el sentiment de la possessió personal i fa marcar amb el seu escut, ‘França, Bretanya i Porcs espins’ tots els exemplars de la seva biblioteca, que es va enriquir considerablement durant la conquesta del Milanesat gràcies als ‘préstecs’ aconseguits dels Sforza i els Visconti.
Francesc I crea el títol de bibliotecari que confereix al escrivà Guillaume Dubé. Aquest sobirà, entusiasmat per l’antiguitat clàssica, envia erudits a Llevant perquè li portin manuscrits grecs.
A partir de llavors la bibliofília queda consagrada i des de Jean Grolier a Barthou, Chadenat i Lucien-Graux, passant pel condestable Anne de Montmorency, els Fugger i Henri de Rotchschild, ja no tornarà a trencar-se la cadena.
Abans de la invenció de la impremta, els manuscrits, que en la seva gran majoria es confeccionen en els monestirs, es venen molt cars.
Mabillon relata en les seves Analecta, que al segle XI, Grècia, comtessa d’Anjou, transforma un recull de Homilies d’Halberstadt i de Haimón per 200 xais, 1 muid(1) de blat candial, un altre de sègol, un tercer de mill i algunes pells de marta. Al segle XII es paguen 200 florins per un manuscrit miniat i el preu mig per un manuscrit in-folio, el text sol sense cap adorn, equivalia a 400 o 500 francs de 1870 (de 30 a les 40.000 pessetes actuals).
En l’Edat Mitjana els manuscrits simbolitzen ja la riquesa, de la mateixa manera que les obres d’art, i es cita el cas de Alfrid, rei de Northhumbria, que compra a l’abat Ceolfrid un llibre de cosmografia adquirit a Roma i pertanyent al monestir de Yarrow, al preu de vuit famílies amb les seves terres compreses.
“El libro como objeto de valor”, article extret del llibre de Maurice Rheims: La vida curiosa de los objetos ( Ed. Luis de Caralt, Barcelona, 1965), a Cuadernos de Bibliofilia, 4 d’abril de 1980, p.27-29.
(1)Antigua mesura francesa de capacidad para árido y líquidos, equivalente a unos 18 hectólitros.
Homilies d’Halberstadt
“ (Bibliopolas) “ Esta casta es variadísima, y aunque acarrean grandes males a los aficionados a los libros, es necesaria a la sociedad, al igual de otra, que no nombro, para evitar mayores desgracias; se dividen en categorías, y abundan los de la ínfima, que no conocen el libro más que por las tapas, de los que nada diremos; los hay que pasan de la portada y desean conocer el valor o estimación del volumen que venden, y como lo ignoran suplen con sus malicias la ignorancia; como, por ejemplo, el mirar al comprador a la cara con fijeza para escudriñar con la mirada el interés que el libro pueda despertarle, o el recoger el volumen de manos del aficionado para hacerse cargo de si éste lo retiene y forcejea por no soltarlo, señal inequívoca de la gran voluntad, o bien, ya recogido por el librero, empezar éste cachazudamente a hojearlo, dejando pasar tiempo y ver si se impacienta el comprador; o como el gastar muchas palabras y razones sin pedir precio; también hay alguno que al preguntarle por determinada obra que, aunque al alcance de su mano, no está visible, dice al cliente que la buscará, y que vuelva al siguiente día o a los dos, y llega el plazo y no lo encontró, por lo que tendrá que volver mañana, y cuantas más veces vuelve tanto más se demuestra el afán y tanta mayor cantidad see le pide… Estos, que se creen listos, suelen ser víctimas de los de la categoría superior, especie de magnates de la librería, que se permiten el lujo de editar catálogos y con ellos subir de precio los libros, pues desde el momento que lo han numerado y encasillado ya no pueden valer menos de dos pesetas, siquiera se trate de un folletillo que por los quioscos se vendió a cincuenta céntimos. La gama del librero de casa abierta es grande, y presenta casi tantas originalidades como son los individuos, todos listos y todos enemigos capitales, no del bolsillo, sino de la cartera del aficionado, con el que generalmente suelen ser la cortesía personificada; los hay que tratan al cliente con finos modales y con habla suave, procurando convencerle de que no exageran precios; otros, campechanamente y con estruendosa voz y casi atropellando las palabras, quieren hacerte creer que es un regalo que te hacen al poner al libro el precio pedido; se encuentran también ariscos, los menos, que, con sequedad, niegan toda rebaja. Pero los terribles son unos pocos que han llegado a la cumbre del saber bibliográfico mercantil, y convertidos en una especie de Júpiter y de Mercurio, amalgamados desde el olimpo de sus tiendas, aderezadas no sólo con esmero sino con singular gusto, emboscados esperan y disparan sus rayos y trabucos contra el infeliz mortal que se arriesga a preguntar por un libro que cuente sólo con la ancianidad de cerca de una centuria y sí, como tan natural, la golosina de ver buenos libros tienta, y aunque sólo de vista quieres satisfacerla mirando volúmenes raros, que amablemente te ponen en las manos, y, anonadado por los precios, sólo asequibles para multimillonarios, ya que son miles de libras y dólares, desilusionado o más bien abatido te hundes en el sillón, y aquello demuestras con tu mustia faz, el coloso de los libros raros que, sacando jugo a los códices de marchito pergamino y a los incunables de lacio papel ha llegado a ser un procer de la librería, te dirige mirada entre triunfal y compasiva y te sales, si bien agradecido a las atenciones del bibliopola que te proporcionó tan buenas vistas, con mal sabor de boca”.
Article de Fco. Martínez y Martínez: ‘Bibliófilos, Bibliómanos, Bibliópolas, Gorrones y Frescos”, en el Boletín de la Real Academia de la Historia de Madrid, tom LXXXVI, Abril-juny, pp. 485-490, l’any 1925.
( http://www.cervantesvirtual.com/obra/bibliofilos-bibliomanos-bibliopolas-gorrones-y-frescos/ )