Parades de llibres al Paral·lel, imatge en el vlok Bereshit.
“ La guerra civil espanyola deixà malmesa Catalunya i a partir de 1939 els guanyadors per la força de les armes s’esforçaren en trinxar tot vestigi de cultura en català. Editors i llibreters, tant els de nou com els de vell, foren investigats i reberen ordres comminatòries per a que lliuressin als organismes de control els títols que tenien prohibida la difusió, així com foren denegats durant anys els permisos d’edició per a obres en català. La censura, portada des de Madrid perquè Barcelona semblava massa permissiva, planà per sobre de tot intent de normalització cultural en la llengua del país. Però tan ominosa opressió no aconseguí mai el que pretenia. Per viaranys de molta mena, tots costeruts i perillosos perquè vorejaven el precipici de les sancions governatives, personalitats significades i reduïts grups de professionals intentaren eixamplar als marges de la
permissivitat i posar l’activitat catalana al carrer per a que amb la notorietat i l’impuls ciutadà li fos possible tornar a tenir normal presència. I un d’aquests reduïts grups va esser el dels llibreters de vell que, sense mai renunciar a aconseguir major protecció per a la seva activitat comercial, ben aviat demostraren que defensaven i recuperaven la llengua del país.
Per raons d’estructuració política, els llibreters de vell i d’ocasió foren afiliats al Gremi Sindical de Llibreters. Disposaren d’una vocalia a la junta directiva i els anys cinquanta aquesta fou ocupada per Josep Masegosa, que els anys anteriors a la guerra civil havia presidit l’Agrupació de Venedors de Llibres d’Ocasió del Paral·lel i tenia molt arrelats els sentiments nacionalistes. Amb ell col·laboraven Àngel Millà i Felip Alum; el primer, llibreter especialitzat en el tema teatral i editor, junt amb la tant popular col·lecció “Catalunya Teatral”, de llibres de bibliòfil com “Els cent consells del llibreter decent” (1947) i del “Llibre de Llibreters de Vell i de Bibliòfils barcelonins d’abans i ara” (1949), amb text i dibuixos de Jaume Passarell; i el segon, persona molt activa i sempre disposada a ajuntar voluntats.”
Cadena, Josep M.: “Quaranta anys de la Fira del Llibre d’Ocasió Antic i Modern”, Gremi de Llibreters de Vell de Catalunya, Barcelona, 1991; p. 17.
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“ En Buenos Aires, los coleccionistas de libros antiguos se abastecen en unos cuantos locales muy especializados, donde el trabajo central es comprar bien, encontrar una dedicatoria en una página, hallar el diseño particular de un encuadernador en una edición única. Si se garantiza eso, los compradores llegan solos. Son adictos.
‘Acá se pueden conseguir hasta manuscritos medievales, porque hubo grandes coleccionistas como Pedro de Angelis, en la época de Rosas. El hizo una recopilación de documentos del pasado argentino y gracias a él se pudieron estudiar muchas cosas. La bibliofilia es una perversión, pero una perversión útil’, dice Víctor Aizenman, librero anticuario.
Llibreria de Víctor Aizenman
Su librería no da a la calle: es un gran salón cuyo silencio custodia libros de varios siglos. ‘es paradójico – reflexiona – que la imprenta haya nacido como un elemento multiplicador y que lo que buscan los bibliófilos sea lo único, las pruebas de imprenta, el ejemplar autografiado. Van a contramano’.
Ahora, la joya de Aizenman es un manuscrito de la expedición al desierto de Rosas, en 1833, la letra prolijita del escriba, los croquis que detallan cómo era el terreno. ‘Pero antes tuve el que estaba escrito de puño y letra por Rosas’, dice. Y antes tuvo algo quizá más impresionante: ‘ un libro salido de la primera imprenta que hubo en Roma. Era un libro de Apuleyo, del año 1465’.
No dice cuánto cuestan. No dicen quién se los consiguió, de dónde los sacaron ni a quien se los vendieron. Como este mercado se basa en la escasez, la aparición de otro ejemplar en el mundo puede bajar mucho el precio de un libro que se creía único. ‘El de Apuleyo lo compré con una colección importante de un europeo que se estableció en América y lo donó a una institución, pero con requisitos de conservación. La institución no lo pudo conservar y lo vendió. A mí me lo compró un colega europeo que lo volvió a llevar a Europa. Es así: el destino de los libros es la circulación’.
¿Quién dice cuánto vale un libro impreso en la oscuridad de un convento hace cuatrocientos años? ¡ más o menos que ese ejemplar que Jorge Luis Borges llenó de dibujitos y dedicó especialmente? ‘El valor, explica Aizenman, se establece por varios factores. Uno es la rareza: cuántos ejemplares subsistieron y cuántos hay en el mercado. Otro, el interés histórico del texto. Si fue una primera edición de ese texto, eso tiene un valor emblemático, es un hito en la cultura. Y si tiene ilustraciones. Y el arte del encuadernador’. Horacio Porcel agrega un criterio subjetivo: ‘El valor de una cosa única se lo da el que la tiene’.
A veces pasa al revés. De tan única, una cosa puede no tener valor: no está a la venta. Es el caso de un libro de oraciones que usaron monjes franciscanos en los años mil seiscientos y pico, dueño y señor de la librería L’amateur. Es un libro enorme, como para que el coro lo vea con claridad. Sus páginas están hechas con cuero de panza de burra. Las letras, pintadas de colores. La punta de una de las hojas está ennegrecida: ‘Algún fraile distraído le acercó de más una vela’, dice Susana Helguera y uno casi puede oir el campanario y oler la cocina del convento, tal como lo inventó Umberto Eco.
Coleccionistas y libreros son como una familia. Casi todos los libreros por algún lado despuntan el vicio; algunos coleccionistas venden parte de sus cosas. ‘Cuando un cliente busca algo en particular, llamamos a otros colegas, buscamos en Internet, al final se sabe quién lo tiene’, dice Helguera. Claro que tan dedicados clientes no son ajenos a las modas. ‘En el siglo XIX se recuperó la bibliografía nacional; a principios del siglo XX, la tendencia fue a hacer bibliotecas francesas. Ahora se ha vuelto a lo nacional’, dice Aizenman.
“Secretos, manías y rituales de los coleccionistas de libros antiguos”, per Patricia Kolesnicov de Clarín, a http://edant.clarin.com/diario/2000/11/20/s-04415.htm