“ En el segle XVII es generalitzen les biblioteques particulars, car en posseeixen gairebé totes les famílies nobles, els erudits, els homes de carrera, etc. Més que no pas avui, en els grans casals es construeixen estances destinades exclusivament a biblioteca. Floreixen els ex-libris heràldics…
És d’aquesta època la molt notable biblioteca de Ramon Foguet i Foraster, eclesiàstic i arqueòleg, nat a Sant Martí de Maldà el primer terç de segle. Reuní un nombre important d’obres sobre numismàtica, ceràmica i arqueologia en general, que va llegà al Convent de Sant Francesc de Tarragona. Més tard passaren a la Provincial de l’esmentada ciutat.
I la molt famosa de Pere Anton d’Aragó, virrei de Nàpols, gran protector del monestir de Poblet. Aquesta de Pere d’Aragó era de caràcter general i molt valuosa pels còdexs i llibres preciosos que s’hi contenien. La va formar durant la seva estada a Itàlia; constava de tes mil set-cents cinquanta volums, que féu relligar uniformement en tafilet roig, amb les seves armes gravades en or a les tapes, i en féu donació al monastir de Poblet en els temps de l’ abat Virgili, que regí el cenobi de l’any 1688 al 1692. Ocupava una sala especial a la porta d’entrada de la qual hi havia esculpides les armes de Pere d’Aragó. El 1835 fou saquejada i destruïda, i es salvaren només uns centenars de llibres, que van passar a mans de particulars. Avui alguns d’aquells han estat tornats al famós monestir com a elements de l’obra de reconstrucció que s’hi està realitzant.
Hi hagué la de Francesc Robuster i Sala, fill de Reus, canonge de la Seu barcelonina i bisbe d’Elna. De la seva biblioteca existeix un ex-libris heràldic. I la important del duc de Segorbe i de Cardona, gran mecenes, que en féu cessió al monastir de Poblet.
Llibre de Llibreters de Vell i de Bibliòfils Barcelonins d’abans i ara, de Jaume Passarell, Ed. Millà, Barcelona, 1949; p. 150.
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“ Como sea, la pasión que recorre el circuito del libro antiguo en Buenos Aires es la bibliofilia. Una pasión que, en palabras del librero Aizenman, incluye a señores ‘ fetichistas y sabios – aunque a veces no es así- muy ávidos de sorprender y atesorar todo cuanto en el libro más se aproxime a la idea de un origen: el manuscrito del autor, el primer esbozo del ilustrador, la primera edición de un texto culturalmente significativo, la primera tirada de un grabado, la encuadernación de época’. Al coleccionista ‘ se le debe a veces el descubrimiento, rescate y conservación de obras ignoradas o subestimadas’, dice Aizenman. En la Argentina, la bibliofilia arranca en el siglo XIX con los nombres de Pedro de Angelis, Andrés Lamas, Manuel Trelles y Bartolomé Mitre, continuándose en el siglo XX con Teodoro Becú, Antonio Santamarina, Eduardo Bullrich, Oliverio Girondo, Guillermo Furlong, Alejo González Garaño, Alfredo Hirsch, Miguel Angel Cárcano y Federico Vogelius.
La feria del Libro Antiguo concretada en 2004, 2005 y 2007 instaló a esta actividad en la agenda cultural porteña, pero ¿ qué libros son hoy los más buscados?, ¿ cómo se fija un precio y quiénes son los compradores? En este pequeño mundo, la regla es ser discretos. Pero algunos libreros confiesan que los compradores que realmente mueven el mercado no serían más de trescientos. Entre ellos puede haber empresarios como Pedro Blaquier, Horacio Porcel y Eduardo Constantini, celebridades como Antonio Carrizo, algunos industriales y estancieros, pero también representantes de instituciones – la Biblioteca Nacional – o de fundaciones privadas y universidades extranjeras. ‘Hoy se extraña a un público de clase media y a personalidades como Vogelius – creador de la revista ‘crisis’ – que atesoraba manuscritos y libros americanos’, dice el coleccionista Arturo Eiras.
Sin embargo, el rematador Enrique Bullrich asegura que ‘ hay un público joven y lo veo en las subastas. Está renaciendo el interés por el documento histórico y el libro argentino. Hace poco vendimos en 27.000 pesos – al Archivo General de la Nación – un documento firmado por Saavedra y Moreno. Se revaloriza a los viajeros europeos que en el siglo XIX describieron el país, también se buscan los libros que salieron de nuestras primeras imprentas, y las ediciones de las vanguardias literarias, con Borges a la cabeza’. Se habla ya de ‘incunables rioplatenses’ para referirse a los escasos libros impresos por los Jesuitas aquí en el siglo XVIII y a aquellos de la imprenta de los Niños Expósitos – nació en 1780 en Buenos Aires – donde se publicaron los primeros periódicos y, por caso, la traducción que Moreno hizo de ‘El contrato social’ de Rousseau.
En cuanto a los precios, explica el librero Diran Sirinian – dueño de ‘Poema 20’, espacializada en fotografía antigua – siempre están ‘ en directa relación con la rareza del ejemplar y con sus características’. Mucho depende de si el libro conserva su encuadernación original, si está dedicado o no por el autor, si se trata de una tirada para bibliófilos – hecha en papeles especiales y con ilustraciones, el caso de
Dibuix d’Spilimbergo en el llibre Interlunio.
‘Interlunio’(1937) de Girondo con dibujos de Spilimbergo – o, en fin, si es una primera edición inhallable. En el anticuariado los libros son bienes escasos y el precio, un juego de estrategia. Es difícil decir cuánto vale la primera edición del ‘Quijote’ de Cervantes hecha por Juan de la Cuesta en 1605, hace años que no se ve una. Es difícil cotizar una primera edición del ‘Facundo’ de Sarmiento que conserva anotaciones manuscritas de Juan Manuel de Rosas.
Ser librero anticuario es un oficio angustioso a veces. ‘Siempre que vendo una pieza única me pregunto si volveré a verla y sé que es prácticamente imposible’, dice Elena Padín Olinik, la dueña de ‘Helena de Buenos Aires’, que hace poco vendió un ejemplar único de ‘España en el corazón’ de Pablo Neruda, editada en París en 1936. Los anticuarios se abastecen intercambiando libros con colegas europeos y americanos, pero fundamentalmente compran bibliotecas: la pesadilla es que algún día se acaben.
María del Carmen Rúa, la vendedora más experta de ‘l’Amateur’, admite que ‘aún vivimos de las bibliotecas que se formaron en la Argentina en la primera mitad del siglo XX, la época en que Giselle Shaw, Antonio Larreta, Girondo, Matías Errázuriz y otros importantes coleccionistas se abastecían en Europa y no faltaban encuadernaciones de artistas como Paul Bonet’. Sin melancolía, Alberto Casares destaca que ‘ el destino de los libros es pasar de un dueño a otro. Los coleccionistas son personas reservadas, sólo entre pares muestran sus tesoros, pero me consta que aún hay argentinos que compran importantes libros en Europa, así como hay libreros y coleccionistas europeos que visitan Buenos Aires dos veces por año’. Inevitablemente uno recuerda aquello que Pedro de Angelis le escribía en 1856 a Manuel Trelles: ’el sentimiento que naturalmente tengo de separarme de la parte más preciosa de mi biblioteca queda en gran parte atemperado por la idea de que los nuevos poseedores son personas inteligentes, y que saben apreciarla’.
“Libros antiguos, un mundo porteño”, Diario Clarín, 12-09-2007.
http://edant.clarin.com/diario/2007/12/09/sociedad/s-06015.htm