“ Els llibres sempre embelleixen, estiguin com estiguin, però de totes les maneres, sempre el curiós lector preferirà el règim ordenat d’un fitxer que li facilita aviat el volum que vol consultar a rellegir doncs, a la nostra modesta opinió, només s’ha de conceptuar com a lector al que assaboreix el que llegeix, no al que fulleja amb la frivolitat de donar extensió superficial a la seva cultura, ni al que aglomera per vanitat, augmenta per cobdícia o posseeix pel volum continent sense donar-li gens d’importància a la substància del contingut.
Si els bibliomaniàtics ens llegissin riurien d’aquestes consideracions per conceptuar-les una miqueta innocents o dignes de commiseració. Però, com que suposem que no ens han de llegir aquests tan digníssims senyors, ens acontentem amb transmetre-les solament als que, com nosaltres, són senzills lectors”.
FIGUERAS, Carlos: Del amor y cuidado del libro… Ed. AGE, Barcelona, 1936, Col·lecció Los Libros Curiosos, pp. 18.
“ El bibliófilo no se encuentra ya entre las clases altas de nuestra sociedad progresante ( pido perdón por este horrendo gerundio, pero ha de aceptarse, si el lector lo permite, a partir del verbo progresar); el bibliófilo de nuestra época es el docto, el literato, el artista, el pequeño propietario de recursos medios o fortuna conveniente, que se desaburre del comercio con los hombres mediante el comercio con los libros, y al que un gusto quizá fuera de lugar, pero inocente, consuela más o menos de la falsedad de nuestros otros afectos. Empero, no será él quien podrá formar colecciones importantes; ¡ y qué felicidad, por lo demás ¡, si en el lecho de muerte sus ojos se detienen todavía un momento en su colección; qué felicidad si deja esa precaria herencia a sus hijos. Conozco a uno, y mencionaría con gusto su nombre, que ha dedicado cincuenta años de su laboriosa existencia a trabajar para hacerse de una biblioteca, y a vende resa misma biblioteca para vivir. Ese es el bibliófilo, y por mi parte aviso que es uno de los últimos de la especie. Hoy, el amor al dinero prevalece; los libros no contienen mayor interés.
Lo opuesto al bibliófilo es el bibliófobo. Nuestros grandes señores de la política, de la banca, del estado, y aun nuestros grandes hombres de letras son generalmente bibliófobos.
Charles Nodier: El aficionado a los libros, Le Castor Astral, Paris, 1993, citat a De bibliomanía. Un expediente, de Jaime Moreno Villarreal, Univ. Veracruzana, México, 2006, pp. 192-193.