“Els meus col·legues de la Universitat de Barcelona estan molt preocupats perquè els estudiants no compren llibres. Deu ser un fet, tota vegada que fa vint anys, al voltant de l’edifici central de la UB hi havia cinc o sis llibreries universitàries carregades com un ou, de llibres i de joves: la Bosch, la Castells, la Barcino, la Herder… En queda solament una, que apareix sovint deserta….”.
Llibreria ? rere la Universitat de Barcelona. Es refereix l’autor a una com aquesta?
“Més que confiar que els nois i noies d’ara – que, per cert, deixaran de ser-ho – llegeixin llibres a través d’Internet, hem de confiar que continuïn existint els bibliòfils i els bibliomaníacs, éssers capaços de no menjar per aconseguir una peça desitjada que han vist en un catàleg, homes que fins i tot estàn disposats a matar per aconseguir un volum que suposen únic a tot el món”.
“Bibliomanies”, de Jordi Llovet a El País de l’1 de juliol de 2010.
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“ los beneficios de la industria del corcho sustentaron el poder económico de familias como la del editor Vergès o la del escritor y periodista Agustí Calvet, ‘Gaziel’. El que fuera director de ‘La Vanguardia’ siempre recalcó la vocación de élite liberal de la burguesía ampurdanesa: el olor de la industria taponera conjugado con el mecenazgo cultural. Volvamos con Octavi Viader. El impresor treintañero era concienzudo en su trabajo. La vida contemplativa no iba con él; prefería el tráfago de la imprenta. En la Rambla Vidal 37, las trepidantes minervas de Viader se mezclaban con el piano del compositor Mariano Vinyas; el olr a tinta y papel con el confortable y sutil vaho de la corteza de corcho requemada. Con semejante microclima, no es extraño que Josep Pla se preguntara si se podía hacer con el corcho algo más que tapones para champán. Viader ya se lo había planteado antes, cuando lo usó para calendarios y tarjetas de visita.
El impresor estaba empeñado en maridar el corcho que enriquecía su ciudad con la bibliofilia. Alguien lo tachó de iluminado cuando aseguró que la rugosa corteza del ‘quercus suber’ podría convertirse en hojas similares a las de papel para imprimir nada menos que el Quijote. Se acercaba el tercer Centenario del clásico cervantino y Viader, el 30 de diciembre de 1903, ponía el ‘imprimatur’ a la primera parte y el 6 de mayo de 1906, a la segunda: los textos reproducidos correspondían a las ediciones de 1608 y 1615. También intervino en la edición el bibliotecario y tipógrafo Eudald Canibell, mientras que la cubierta de corcho esgrafiada al fuego la diseñó el arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner. El corcho lo manufacturó la casa Bender de Sant Feliú.
Y en los dorados del volumen Viader sustituía ‘la falsedad de las purpurinas por panes de oro de ley’. Se lanzaron 52 ejemplares, el primero dedicado al Rey Alfonso XIII y el segundo encuadernado en cuero repujado a mano. Cada ejemplar costaba entre 500 y 700 pesetas de la época. El Quijote de corcho se agotó y no tardó en cotizarse a precios elevados: en 1942, según el librero Palau, se tasaba en unas tres mil pesetas”.
Article de Sergi Doria: “De cómo Don Quijote se hizo corcho en Sant Feliú de Guixols”, en el diari ABC de Madrid, el 9 de maig de 2005, pp. 64.
M’ha agradat el text d’en Llovet que és un molt bon bibliòfil amb primeres edicions de tots els llibres literaris que li han agradat.
Sobre el Quixot d’en Viader: http://librorum.piscolabis.cat/2009/09/el-quixot-doctavi-viader-una-agosarada.html
El teu article sobre el Quixote de Viader és molt interessant.