“ Parlo aquí del aficionat recercador, y recercador actiu, que no’s refía sinó d’ell mateix y per a qui’l llibreter expert es un enemich natural del qual se malfia.
Observeulo, aquest aficionat, el matí de cada sesió de subasta, com regirá, obre, fulleja ab curiositat febril cada un dels volums exposats. No se li escapa res, ni una taca, ni una mullena, ni un arnat insignificant, ni’l més petit retoch a la portada o un esbarbat excessiu de mitg milímetre. El llibreter subastador se’l mira ab mal humor, perquè sap que d’ell no hi ha lloch a esperarme cap comissió. Aquest es el veritable aficionat: y axí es com el veurèu, a l’hora de la venda, ficat dins del seu abrich, ab la solapa alçada que li arriba als bigotis, l’ala del capell abaxada cobrintli les orelles, quiet en un recó, tractanht d’amagarse tot lo posible per a no despertar l’atenció dels seus enemichs els llibreters; perquè’ls sap capaços, per esperit de confraria, de coaligarse per a pèndreli un volum.
(Quatre composicions de J. Pey, estampades en colografia, en el capítol . “ L’infern del bibliòfil” de Asselineau, del llibre Contes de Bibliòfil, Institut Català de les Arts del Llibre, Barcelona, 1924, amb pròleg de Ramon Miquel y Planas.)
Quan ve’l momento, s’entafora, tot arrupintse, darrera d’algú, y s’esmuny fins a l’orella del pregoner per a formular la seva dita. Encara se n’han vistos de més sobtilos que’s fan acompañar d’algun amich desconegut que sitúen a algunes passes de distancia, entre’ls rengles dels compradors, y al qual, posats ells d’esquena al taulell, trameten les ordres ab senyals convingudes.”
C. Asselineau: L’infern del bibliòfil, dins del llibre Contes de Bibliòfil, Institut Català de les Arts del Llibre, 1924, pp. 151.
“ Conoce, uno por uno, a todos los bouquinistes, desde los que tienen sus cajones – siempre sobre el parapeto del río – a espaldas de Nôtre Dame, hasta los que han ido a buscar la sombra protectora del Instituto. Conoce también a los libreros de tienda, a los que editan catálogos y proporcionan los libros únicos, las ediciones príncipes, los ejemplares anotados por comentaristas ilustres, los volúmenes que pertenecieron a un poeta célebre o a un gran escritor. Pero mi catedrático prefiere los baratillos del parapeto. ¿ Y saben ustedes por qué? Poe el agua. La corriente fluvial, que ve y escucha deslizarse, le sirve para contrastar la fluidez de la prosa, que está leyendo antes de comprar el libro.
Dice que la buena prosa no puede ser comparable al mar ni al torrente, sino al río; al río que concluye en el mar. Dice – aparte esta afirmación, dulcemente arbitraria y muy francesa, pues la prosa gala es fluida y fácil, como de escritores de río – que el libro viejo necesita para ser saboreado aire, agua y luz, y que no hay lugar en el mundo donde sea tan deleitosa la lectura de un pasaje de un libro cualquiera como en los tenderetes del Sena, bajo el cielo gris del invierno, a la sombra de los álamos del estío, y pudiendo en toda estación reposar la vista en el ábside de Nuestra Señora, en la perspectiva de los puentes, en la línea armoniosa del Louvre, en todo aquel París que a cada paso describen los mismos libros que, el bouquinieur hojea y acaricia antes de concluir su compra o de renunciar a ella con un suspiro de piedad.
Porque hay, naturalmente, muchos libros malos, peor aún: muchos libros grises en los baratillos del Sena. Son los que un día, cansado de su permanencia en el cajón, venderá el propio bouquiniste a algún chalán del famoso ‘Mercado de las Pulgas’, de Saint-Ouen, o de algún fabricante de papel”.
Article: “ El amor al libro” d’Alberto Insúa, a La Voz, diari de Madrid, el 1922.