“El llibre comensarà per una portadella, ont llueixi el nom de l’obra, lo més curt posible; seguirá, en plana senar, la portada, en qu’es detallarán ben be el títol y el nom del autor, la localitat, l’editor o impresor y l’any de la publicació; y derrera vindrá el text.
Aixís comptem cuatre planes, qu’es poden tornar sis per l’adicció, al principi, de la fulla dita de respecte, en Blanch, y que contenen, ademés, en molts casos: derrera la portadella, l’exlibris universal; derrera de la portada, el registre y la justificació de tiratge, contrassenya impresa en un color completament distint de tots els usats en el llibre y qu’estableix la seva autenticitat. Aquestos usos, naturalment, no daten pas del período manuscrit del llibre; en aquell temps tenía massa valor la materia escriptoria, papirus, vitela o paper, pera malgastarla deixant blanchs abundosos; peró han vingut imposats, més que pels autors y pels impressors, per les necessitats de les grans biblioteques publiques y pels tiquis-miquis dels bibliófils, si volen tenir les llurs llibreríes en tota regla.
“Reflexions sobre l’art de fer llibres”, a l’Anuari Oliva, Vilanova i la Geltrú, 1907, pp. 92.
“ ¿Qué es lo que une el deseo de lo único, la aversión por el proceso de amarilleo, la pertenencia a una sociedad secreta, la obsesión por el orden, los goticismos y la práctica de un lenguaje reificado? El enigma es transparente: el bibliófilo rechaza la muerte limitándose a una cultura de lo intacto.
Esta es la inquietud – en un sentido casi heideggeriano – que atraviesa las múltiples historias de que se compone la vida del bibliófilo; y las del libro que, a su vez, resume múltiples vidas (‘Los volúmenes que forman parte de tal biblioteca pertenecieron antes a tal otra). Podría mencionar un libro que, antes de llegar a mis manos, pasó por las de Colbert, y más tarde por las de Nodier, aunque ignoro cuáles fueron los intermediarios. De las mías pasará a las tuyas, y luego a las de tus sobrinos, o a las de un príncipe, o a las de un trapero (…) ¿por qué, como hacen algunos, habría de quererte mal, o mi sucesor?…’. En suma, el bibliófilo se ve agitado por la angustia del destino ( destination). Y prácticamente lo único que cabe oponer a esta memoria, a esta dolorosa certidumbre, es la virulencia de una pasión por el Origen.
Pasión que alcanza, llegado el caso, verdaderos abismos de complejidad. El reciente descubrimiento de un manuscrito de Jane Austen sobre un tema tomado en préstamo a Richardson, Sir Charles Grandison, motivó la consiguiente publicación en una edición normal; pero difícilmente se podía esperar ( a pesar de que la primera impresión de esta vulgata está destinada sin duda a revalorizarse) que el bibliófilo se resignara a ver aparecer en el corpus homogéneo de las ediciones originales de la novelista en hueco de una edición carente de prototipo. Así que un editor se ha encargado de anunciar la aparición – aprés coup – de una edición ‘original’ compuesta en un papel creado a imitación del antiguo y con caracteres de época, destinado a llenar ese vacío insoportable mediante una aproximación ilusoria pero suficiente. La obsesión por el Original llega hasta el punto de hacer cerrar los ojos a esta casi-identidad, a esta ficción declarada.
Del mismo modo, la justificación de tirada – que hasta aquí hemos interpretado en términos de precio, calidad y cantidad – cobra también sentido desde este punto de vista: la gradación de la tirada, su acendramiento hasta el ejemplar de cabeza, que hace aparecer algo así como la extremidad originaria, y que define un punto al que poder aferrarse”.
Article “Anatomía del bibliófilo”, de Patrick Mauriés, traduït per A. Taberna, a Revista de Occidente, nº 141, 1993, pp. 89-91. ( Original a Traverses, Paris, 1983).