“ Al nostre amic Josep Pla li convenia tenir l’original manuscrit d’un treball seu ja publicat. I des de París el demanà. No ha estat possible, però, atendre el seu desig. I això per la raó de que el dit original, al cap d’algunes setmanes d’ésser compost, fou destruït junt amb molts d’altres originals.
Naturalment, estaria millor conservar els originals per temps indefinit, i així es fa en moltes impremtes i redaccions. Però la conservació dels originals, quan són considerablement nombrosos, exigeix un arxiu i un arxiver.
I heu’s aquí com En Pla, que dies enrera va escriure a La Publicitat un terrible article contra els arxivers i els arxius, haurà pogut comprovar que un arxiu i un arxiver poden ésser, de vegades, coses molt útils, fins per a ell mateix”.
Revista de Catalunya, Vol. II, Barcelona mars 1925, Any II, nº9, pp.280.
“ Las librerías sirven de expresión – o de puesto avanzado, de bastión visible – a una construcción mucho más importante, y que suele quedar oculta; esconden un gusto, una cultura e incluso una literatura absolutamente singulares. El bibliófilo cuenta con su léxico ( ¿ quién sabe qué es una reencuadernación, un encartonado, un ejemplar con errata, una badana, un volumen en blanco?) y su onomástica ( un Grolier, un Elzévir, un Didot, un Junte, un Alde…); tiene su ética, que recuerda – previsiblemente – a la del cortesano, con sus exigencias de discreción, de ‘buena cara’ (‘después de hacer los ejercicios con los que te voy a entretener’, se lee en una obra de introducción, ‘deberás todavía acorazarte el alma de una triple armadura, y prepararte para las sorpresas, agradables o no. Esfuérzate en mantenerte frío, impasible, imperturbable tanto en caso de que descubras una perla rara como si sufres un desengaño. Es sobre todo en este segundo supuesto cuando habrás de echar mano de tu filosofía…’).
Sobre todo, el bibliófilo, más allá de sus ritos, defiende sus valores. ‘Clásicamente’, Corneille vale mucho más que Mairet; pero la Rodogune de 1760 ( impresa por Madame de Pompadour) es muy superior a cualquier otra edición antigua. De las ediciones del Télémaque, la de 1781 ( completamente ilustrada con grabados) tiene, por decirlo así, su propio peso. En la reserva de los clásicos ( adquirida, indiscutida, ‘conservadora’), el bibliófilo hace que se destaque una categoría especial, una isla de rarezas dentro de la rareza ( las Máximas de La Rochefoucauld de 1664,
publicadas en edición pirata; El sobrino de Rameau aparecido en 1821; los Fragmentos de la institución republicana de Saint-Just, cuya reserva de ejemplares almacenados fue destruida por el mismo editor, etc). O, todavía más, una mítica novena edición de los Caracteres de La Bruyère donde , en la página 234, precisan los especialistas, aparece ‘igmominia’ en lugar de ‘ignorancia’.
Article “Anatomía del bibliófilo”, de Patrick Mauriés, traduït per A. Taberna, a Revista de Occidente, nº 141, 1993, pp. 87-88. ( Original a Traverses, Paris, 1983).