“ El col.leccionisme en general ( i el bibliòfil per tant) és individualista, almenys mentre constitueix la col.lecció. En casos extrems, el seu goig fóra tenir un exemplar que fos ell sol a posseir. Però sense arribar a aquest exclusivisme, persisteix, en el bibliòfil de pura sang, un cert egoisme que costa molt de desarrelar. Si uns quants bibliòfils s’associen és per millorar cada un la seva col.lecció. Tard o d’hora, però, els millors d’entre ells tenen un gest magnífic; el de cedir a una biblioteca la seva col.lecció, formada en llargs anys de sacrificis i de recerques, amb una vigilància alerta a totes les subhastes i tots els catàlegs i freqüents visites a les llibreries de vell, les més a propòsit per a la tertúlia. Així la seva tasca abnegada esdevé útil a tots. Quan aquesta donació és feta en vida, no hi ha potser altre sacrifici tan heroic.
A despit de tot, el sol fet de preservar uns quants bells llibres de la destrucció és prou meritori per passar per alt totes les febleses inherents a la bibliofília, ja que aquesta per ella mateixa pren categoria elevada i eleva el seu adepte”.
Article: “Els XII”, de Just Cabot a ‘La revista nova’, nº 15, de març de 1918.
“ Otra vez hojas de árboles y hojas de libros en el paseo del Prado. Árboles viejos, a los que no se ha mutilado – como a los trágicos muñones de frente al Museo, más desesperados ahora con sus pobres brotes sin gracia ni eficacia -; libros viejos que conservan, no obstante, algunos, desdeñada virginidad folial.
Esta tendalera alta, que en pleno paseo del Prado obliga a detenerse gustosamente, había desaparecido, como tantas otras, esparcidas por las calles de Madrid. Protestaban de ello los libreros residenciados en la cuesta de Claudio Moyano. Suponían que tales humildes llamadas a la lectura perjudicaban su negocio, languidecido y aminorado desde que el Ayuntamiento les otorgó el derecho a agruparse, según venían solicitando hace años.
El librero pomposamente llamado ‘de nuevos’ protesta del librero ‘de viejo’, y éste, metido en su librería o en su barraca, del de quiosco y tendalera al aire libre. Oyendo también a este último se descubre otro enemigo: la biblioteca circulante.
-No hay público para tanto. Es siempre el mismo. Si compra allí, no compra aquí- dicen unos y otros.
Pero todos viven y aguardan tranquilos al comprador, en una pachorruda inactividad que, cuando más, les induce a leer la novela erótica o el folletín truculento.
Lo que no hay es bastantes libros. Un puesto en cada esquina debiera consentirse. Y tolerarse aquellas ofertas a bajo precio y a voz en grito de los libros amontonados en cestos y pregonados contra la indiferencia de las multitudes.
El librero de ‘viejo’ acaba por adoptar el sistema mercantil tan nefasto del librero de ‘nuevo’, limitándose a esperar al comprador, a imponerse los indolentes a los activos obligando al precio único y a reglamentar la competencia con arreglo a los que menos venden o quieren vender. Y lo que importa es dejar a cada uno en libertad de vender donde, como y cuanto quiera; estimular precisamente al que procura poner el libro delante de los ojos y de los pies del transeúnte, obligándole a detenerse y enterarse.
Hay que procurar que aumente el ejército de libros contra la invasión, cada día mayor, de analfabetos espirituales. Porque las vístimas propiciatorias de la bibliofilia son escasas. Si preguntáis a los libreros de la cueta de Claudio Moyano, os dirán hasta quince o veinte nombres, siempre los mismos y siempre dispuestos a encontrar demasiado caro lo que saben se compró demasiado barato”.
Article: “El perfil de los días” de José Frances, a Nuevo Mundo, Madrid, 29 abril 1927.