“Un bon llibre, ben imprès, és cosa agradable (i bella),
Un bon llibre, mal imprès, es cosa lamentable,
Un mal llibre, ben imprès, és inaceptable,
Un mal llibre, i a mès a mès, mal imprès, es la cosa
Més horrible que donar-se es pugui”.
Bergnes de las Casas ( 1800-1879).
Notables autores de esta época, entre los que figura Alejandro Dumas, dan a conocer en sus escritos la sublime grandeza y la noble pequeñez de tan sutil profesión. Según hace constar Paul Lacroix ( le bibliophile Jacob), a Bozerien se le considera injustamente artífice de mal gusto.
Thouvenin quien llegó a ser artista sin dejar de ser perfecto artesano, dijo Édouard Fournier, muere pobre, empeñado y tuberculoso; Trautz, condecorado con la Legión de Honor, contemplando los libros dorados en su juventud exclama compungido: ‘ Mes fers ont vielli comme moi’ o sea: han perdido su hermoso perfil. A su muerte, todos sus admiradores, hallamos escrito, lloran igual que antaño lloraron los paladines a la muerte de Rolando. La consternación se extendió entre los fieles devotos del arte de encuadernar.
Después de Trautz, lo mismo que a la muerte de Thouvenin, se dijo que: nadie más encuadernaría en Francia, añadiendo que la encuadernación, después de haber sido un arte volvería a ser nada más que un oficio…
Pero no fue así. Otros encuadernadores hicieron olvidar a Trautz. El luto no se llevó mucho tiempo. Las tertulias en los salones de la bibliofilia hubieran resultado insípidas sin el sugestivo tema de la encuadernación que enaltece al libro. El libro era un elemento vivo, latente espíritu y arte en su más noble acepción.
Un severo juicio declaraba ignaro a quien no estaba al corriente del libro bello, de los grabados, de los autógrafos y sobre todo de los artistas de la encuadernación y sus proezas: ‘La bibliophilie commence à la reliure’, proclamó Henri Beraldi. Wamplug, Marius-Michel, Capé, Lortic, Cuzin, Belz Niedré… y muchos otros más, eran nombres con gran respeto evocados.
Se cuenta en tono humorístico que, en las grandes ventas, personajes de fuste perdían la sangre fría en la fervorosa atmósfera del hotel Drouot. Se paralizaban los negocios: ‘ La justice suspend ses arrets, la Finance suspend ses paiements. L’Administration ferme ses bureaux’. Banqueros, jueces y letrados no ocultaban su fanatismo por el libro.
Gavarni declara, no obstante, que el bibliófilo en verdad se siente menos satisfecho de los libros que posee que deseoso de adquirir los que le faltan para mejorar su colección”.
“El poder del libro impreso” extret de: El arte en el libro y en la encuadernación d’En Emilio Brugalla Turmo, a la Memoria de la Real Academia de Ciencias y Artes, vol. XLII, nº 5, octubre de 1973 a Barcelona;pp. 206-207.