“ A les institucions, com als bibliòfils, els interessa especialmente el valor o el conjunt de valors que atresora un exemplar en concret. No obstant això, hi ha diferències en l’apreciació d’aquests valors, que es fonamenten en dues direccions diferents: mentre que el bibliòfil pren com a fonament la seva apreciació del valor o dels valors de l’exemplar, el bibliotecari ha de tenir en compte els valors en relació amb la funció que tindrà a la biblioteca el material que s’adquireix7.
Tot plegat no pot ser impediment perquè també sigui molt recomanable el costum de conèixer tan àmpliament com sigui posible, quan és factible, la procedencia de l’exemplar que s’adquireix amb l’objectiu d’estalviar-se sorpresas desagradables.És exigible en aquesta canalització del mercat del llibre la necessària transparencia i la legalitat de les adquisicions. Els fraus no són habituals, però n’hi ha. La causa del frau es troba en el benefici tan alt que es pot obtenir”.
7.- Julián Martín Abad, a “ La valoración del libro: el punto de vista del bibliotecario de fondo antiguo”, Documentos de Trabajo UCM Biblioteca Histórica, Universidad Complutense, 8 (2004). P. 1-25. Diu respecte a això: “ el bibliotecario de fondo antiguo toma siempre en consideración la colección en la que dicha pieza quedará engastada, teniendo siempre en mente que esa colección está abierta al estudioso o al público en general, que cubre las necesidades de investigación, de información o de docencia de una colectividad”.
Art. “Comerç i taxació del llibre antic” de Manuel José Pedraza Gracia,a Item, n. 51, jul-des 2009, p. 122.
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“ Después del Convenio de Vergara, hecha la paz en los campos, antes que en las conciencias, en Barcelona el mercado editorial y librario ofrecía poco interés y eran escasas las obras de intrínseca valía impresas con lujo, corrección y gsuto. Las preferencias literarias de nuestros antepasados en aquella época eran síntoma del valor intelectual de una generación que había sufrido hondas sacudidas y alimentaba aún su imaginación con lo mucho y malo que nos venía de allende los Pirineos. Gozaban de popularidad las versiones, hechas en un castellano estrafalario, de ‘Cornelia, o la víctima de la Inquisición’, ‘Las veladas de la quinta’, ‘Oscar y Amanda’, ‘Las tardes de la Granja’. ‘ San Clair de las islas’, ‘Alejo, o la casita del bosque’, ‘Pablo y Virginia’, ‘Eusebio’, ‘Eudoxia’, ‘Las aves nocturnas’ y ‘ Genoveva de Brabante’. A escondidas de sus papás, las niñas románticas leían: ‘El arte de amar’, las ‘Cartas de Abelardo a Eloisa’, ‘Las noches lúgubres’, de Cadalso, y ‘La dama de las Camelias’,
y los jóvenes despreocupados ( que oían misa, tenían Bula y asistían encapuchados a las procesiones de Semana Santa), devoraban ‘El contrato social’ y ‘El Emilio’, de Rousseau;‘El cándido’, de Voltaire; ‘Las ruinas de Palmira’, de Wolney ‘El baronito de Faublás’, ‘El hijo del Carnaval’, de Pigault-Lebrun; ‘El judío errante’, de Sué;
‘El buen sentido’, ‘El citador’ y ‘La moral universal’. Las novelas de Chateaubriand y D’Arlincourt no vinieron hasta después de 1830, y mucho más tarde hicieron su invasión en España las de Lamartine ( ‘Rafael y Graziella’), Walter Scott. Jorge Sand y todas las de Dumas, padre. Sólo después de la revolución de septiembre de 1868 se multiplicaron entre nosotros las ediciones de Paul de Kock, Adolfo Belot y Gustavo Flaubert. Una observación curiosa: ni Stendal, ni Renán, ni Leopardi, ni Hugo Fóscolo lograron popularidad en España. Victor Hugo tardó algo más en conseguirla. Sus odas y baladas fueron sólo celebradas por cuatro profesionales, pero ‘ Nuestra Señora de Paris’y sus ‘Miserables’ lograron tantos o más lectores que todas las obras citadas”.
Article de Arturo Masriera: “Qué se leía en Barcelona”, publicat a La Vanguardia del dia 19 de juny de 1923, pp.14.