“També entre’ls aficionats a llibres hi ha categorías; y abans encara més qu’en el nostre temps. Avuy dificilment s’acudiría a ningu que’ls bibliòfils poguessin ésser de peu i de cavall, com els soldats o`ls guardians del ordre públich. Més aviat sembla que’ls del nostre gremi hagin d’ésser gent de butaca o de cadira de braços, es a dir gent asseguda, qu’es la més cómoda posición de llegir.
No obstant, en el sumptuós segle XVII alguns bibliòfils espanyols – y extrangers també, de segur – cregueren del cas ferse efigiar cavalcant fogosos corcers, dexantnos axí una gràfica fusió de la cavalleria ab la bibliofilia; exercicis, tant l’un com l’altre, que suposen un coratge enlayrat y generós, una disposició d’esperit propicia ab desinterés y a la grandesa de cor. Y consti que, si no tots els bibliòfils y tots els cavallers, en la pràctica fan el degut honor a aytals principis, no es per culpa nostra, sino d’ells, y per allò de que la perfecció en qualsevol ordre es cosa sempre costosa d’assolir.”
R. Miquel y Planas, a Bibliofilia II, pp. 623.
“ Descubierto en Maguncia el diabólico artificio que propaga la palabra escrita, se inicia el paulatino eclipse de códices y manuscritos. Al propio tiempo apunta el glorioso amanecer del libro impreso. La augusta sombra de Gutenberg acompaña la desesperada legión de artífices teutones discípulos de su gran maestro y los colaboradores de Fust y de Schoeffer, quienes, con sus bártulos a cuestas – toscas prensas de madera y letras de metal movibles, grabados, matrices y punzones -, huyen de su ciudad natal. Trágicos disturbios, promovidos por las discordias del príncipe Diether y el arzobispo
Adolfo II de Nassau destruyeron la venerable ciudad cuna de la imprenta. Heraldos de la más noble gesta del Renacimiento, los primitivos artífices impresores buscan refugio en otras ciudades, las más cultas de Alemania, y se esparcen después por los principales estados de Europa, difundiendo el secreto de su arte y de su oficio. Alto designio que la posteridad ha sabido agradecer.
Presente en todas las esferas donde tiene asiento la cultura, el libro se impone y deviene estandarte de los más opuestos ideales. La endeblez de sus hojas de papel soporta con sorprendente firmeza el pesado cúmulo de las ideas escritas en letras de molde, así como las vibrantes contradicciones del humano discurrir… Controversias escriturarias, intransigencias feroces, polémicas y pareceres se renovaron una y otra vez… ‘Le siècle de Louis le Grand’, ‘ Parallèles des Anciens et des Modernes’, y tantas otras mordacidades que culminaron en la publicación de ‘La Batalla de los Libros’, pintoresca querella ingeniosamente descrita y metafóricamente desarrollada por Jonathan Swift ( 1667-1745), el celebrado autor de los fantásticos ‘Viajes de Gulliver’, a los que siguieron en nuestro país ‘Los eruditos a la violeta’, ‘La derrota de lo Pedantes’, apólogos literarios, y ásperos epigramas.
La tipografía, imparcial e indiferente, evoluciona y se engrandece. El poder de los incunables ( incunabulum) va en aumento. Aparece el libro con grabados. ‘La Crónica de Nuremberg’ (1493), impresa en letra gótica por Koberger, es un monumento. Su belleza cautiva. La vieja xilografía – a veces coloreada a mano – , el ácido y la talla dulce que surca el metal se enseñorean. El libro posee ya a finales del siglo XV todos los encantos de una obra de arte renacentista con reminiscencias góticas. Las escuelas de los célebres Bellini y Botticelli se hacen patentes. Alberto Durero y otros grabadores de Alemania, Países Bajos, Italia, Francia y España se identifican con el libro. Resplandece su arte e ilustran de prestado no pocos incunables de unos y otros países repitiéndose los grabados. Sus irradiaciones dan fe alegórica del versículo del Génesis: et la lumière fût que ilustra el monumento que es Estrasburgo se erigió en 1857 al divino aurífice Juan Gensfleisch de Gutenberg, verdadero padre de la imprenta”.