“La marca és lo que serveix pera designar ó distingir alguna cosa; s’aplica á un sens fi d’objectes, fruyts de la naturalesa ó productes de l’industria humana, y las sevas varietats son incomptables. Es marcan els metalls preciosos, las fustas exóticas, els aliments que conservan la vida, las máquinas qu’amplian el travall, las robas qu’abrigan, els llibres que’s llegeixen, y en els llibres sobre tot es multiplican las marcas, verdadera necessitat avuy per l’home de regular cultura. Aquést hi veu al ensemps una garantia d’autenticitat y una firma, la posa ab gust al producte que fabrica y es tranquilisa al véurela sobre la primera materia que reb. El llibre té una doble historia: l’epopeya genésica, que sols acaba quan surt, á las mans del comprador, de casa del llibreter, y l’odisea errant, que sos posseïdors successius li fan viure. A cada etapa reb una nova marca: el paperayre li imposa una mena de baptisme que s’anomena filigrana, l’estampador imprimeix la seva marca á dalt del colofó, l’autor vol la seva contrassenya sobre cada un dels fills de sa inspiració, l’editor es reserva un lloch á la portada ó á la coberta per l’emblema qu’ha adoptat, el llibreter que coloca l’exemplar el macula ab un timbre humit ( estampilla) ó li adhereix la seva marca, el relligador li aplica també un segell y el comprador li enganxa el seu exlibris á la guarda ó á la carta blanca y fa estampar á foch el superlibros á la pell de la tapa”.
Article: “ Las Marcas del Llibre”, de Victor Oliva a la Revista Ibérica de Ex libris nº 2, de l’any 1903, editada a Barcelona; p. 17.
“ No se nos ocurre nada mejor que recurrir a la terminología del amor cortés de los trovadores provenzales para describir la especial relación del bibliófilo con el cartero, casi tan tormentosa y de amor-odio como la de una pareja de enamorados. Y es que el cartero – como el mensajero de una empresa de transporte urgente – nos puede hacer bien y mal, puede proporcionarnos tanto placer como infligirnos torturas chinas.
Para el bibliófilo, el momento más emocionante y taquicárdico del día es el de la llegada del correo, placer que, por desgracia, sólo es dable disfrutar cinco veces por semana ( ¡ qué largo el wek-end sin correo, y el verano cicatero de catálogos y ayuno de subastas¡). El goce es directamente proporcional al número y calidad no de las cartas de amor o que anuncien ingresos bancarios, sino de los catálogos de librerías y subastas. Con manos febriles los sacamos de los sobres, echamos un vistazo rápido, nos relamemos imaginando deleites – bibliofílicos – sin cuento, si hay más de uno los colocamos por orden de interés y enseguida nos acomodamos en nuestro sillón predilecto para dar cumplida cuenta de ellos, bolígrafo rojo en mano. ¡ Y cómo nos hundimos en la miseria el día que el cartero no nos trae ni un triste catálogo de restos de edición con que engañar la bulimia¡”.
MENDOZA DÍAZ-MAROTO, Fco.: La Pasión por los libros. Un acercamiento a la Bibliofilia. Espasa, M, 2002; pp. 292-293.