Abril – Apel.les Mestres
“ Potser no cal assenyalar que l’art medieval i l’art japonès produïren grans obres en l’àmbit de la il.lustració, del gravat i en definitiva del llibre. Perquè el món real per a Joan D’Ivori, el món en el qual es mogué amb fluïdesa, el que conegué i estimà, fou el del llibre. Se sentí feliç il.lustrant llibres que parlaven del món del llibre. I en féu molts: La vida del libro ( Cámara Oficial del Libro, 1934), els contes “ El darrer llibre” de Daudet i “ En Quicu dels llibres” de J. Pons i Massaveu, dins del volum Contes de bibliòfil ( Institut Català de les Arts del Llibre, 1924); Un libro viejo de José Feliu i Codina ( Miquel i Planas, 1926), La librería ( Miquel Rius, 1921), La llegenda del llibreter assassí de Barcelona ( Miquel i Plans, 1928)”.
Article: “ D’Ivori, artista del llibre” de Montserrat Castillo a la revista Serra d’Or, núm. 454 d’octubre de 1997, pp. 49-50.
Blanquerna – Llull
“ Me pregunté muchas veces por qué conservo libros que sólo en un futuro remoto podrían auxiliarme, títulos alejados de los recorridos más habituales, aquellos que he leído una vez y no volverán a abrir sus páginas en muchos años. ¡ Tal vez nunca¡ Pero cómo deshacerme, por ejemplo, de El llamado de la selva sin borrar uno de los ladrillos de mi infancia, o Zorba, que selló con un llanto mi adolescencia, La hora veinticinco, y tantos otros hace años relegados a los estantes más altos, enteros, sin embargo, y mudos, en la sagrada fidelidad que nos adjudicamos. A menudo es más difícil deshacerse de un libro que obtenerlo. Se adhieren con un pacto de necesidad y olvido, tal si fueran testigos de un momento en nuestras vidas al que no regresaremos. Pero mientras permanezcan ahí, creemos sumarlos. He visto que muchos fechan el día, el mes y el año de la lectura; trazan un discreto calendario. Otros escriben su nombre en la primera pàgina, antes de prestarlos, anotan en una agenda al destinatario y le añaden la fecha. He visto tomos sellados, como los de las bibliotecas públicas, o con una delicada tarjeta del propietario deslizada en su interior. Nadie quiere extraviar un libro. Preferimos perder un anillo, un reloj, el paraguas, que el libro cuyas páginas ya no leeremos pero conservan, en la sonoridad de su título, una antigua y tal vez perdida emoción. Sucede que, al fin, el tamaño de la biblioteca importa. Quedan exhibidas como un gran cerebro abierto, bajo miserables excusas y falsas modestias. Conocí a un profesor de lenguas clásicas que demoraba, adrede, la preparación del café en su cocina, para que la visita pudiese admirar los títulos de sus anaqueles. Cuando comprobaba que el hecho estaba consumado, ingresaba a la sala con la bandeja y una sonrisa de satisfacción.
Los lectores espiamos la biblioteca de los amigos, aunque sólo sea por distraernos. A veces para descubrir un libro que quisiéramos leer y no tenemos, otras por saber qué ha comido el animal que tenemos enfrente. Dejamos a un colega sentado en la sala y de regreso lo hallamos invariablemente de pie, husmeando nuestros libros.
DOMÍNGUEZ, Carlos María: La casa de papel, ed. Mondadori, col Literatura, 241; Barcelona, 2007, pp. 24-25.
Amor i psiquis – Apulei
Home, un fragment de La casa de papel! Quin llibret…