“ Els homes anaren creixent. I canviaren, amb la creixença, les seves aficions diguem-ne literàries. A les barraques de llibres vells cercàvem altres coses que no tenien res a veure amb el moviment tempestuós dels antics herois de fulletó. De vegades hi cercàvem, i hi trobàvem, una altra mena de lectures que teníem bona cura que ningú de casa no ens les trobés. Unes lectures que ens anaven descobrint perversament on món de relacions i d’emocions que fins aleshores no havíem passat de pressentir.
Les novel.les picaresques, adquirides a l’arsenal de les Drassanes, passaven després de mà en mà, mentre el senyor catedràtic recitava unes quantes vulgaritats sobre “ las funciones del cuerpo humano”, o la vida “ del manco de Lepanto…”.
A les barraques de llibres vells fèiem, encara, a començament i a final de curs, el consabut mercadeig amb els llibres de text. Hom venia els del curs passat, i adquiria, de segona mà, aquells volums carregats de mandra i de pedanteria que havien d’acompanyar-nos en la nostra odisea per aquell nou graó del que la monarquia en deia, amb massa pompositat, la “ enseñanza superior”…
Ara he tornat novament al mercat de llibres vells. L’estudiant agitador i campanaire d’aquells temps ha estat deixat ja una mica enrera. Ara hi ha anat el repòrter, que ha ensumat un tema aprofitable per als seus lectors en aquestes barraques meravelloses on “ El Caballero Audaz” es cotitza per damunt de Pio Baroja, i on una obra del Pare Miquel d’Esplugues es passa la vida en companyia d’Alvaro Retana, i altres virtuosos de la pornografia”.
Article: “El Wall-Street dels llibres vells” per R. Font i Ferran a L’Opinió, del 10 de febrer de 1934.
“ El primer sentido externo que dedicamos al libro es, por supuesto, el de la vista, y lo primero que percibimos del libro es su aspecto exterior. Contemplar su continente es, pues, el primer paso. Luego cuando abrimos el ejemplar que tenemos entre las manos y descogemos lenta y voluptuosamente sus páginas, nuestra vista sigue repasando su interior con ojos siempre ávidos de nuevas sensaciones visuales: el tipo de letra, los caracteres tipográficos, las orlas, las láminas y grabados, etc.
Estas impresiones se mezclan enseguida con las procedentes de los otros sentidos, que suponen otros tantos escalones. El tacto nos revela la textura y calidad del papel, del pergamino, de la piel o de la tela, gozando de la suavidad del cordobán, del vigoroso graneado del marroquín o de la incomparable sedosidad de la piel de Rusia. El olfato no le va a la zaga en la apreciación y los aromas desprendidos por los diversos componentes del libro, cueros, papel y tinta, o los rancios olores exhalados por los antiguos y añejos ejemplares, son captados por nuestras pituitarias cuando nos los acercamos a la nariz para olisquearlos delicadamente. Y en cuanto al oído. ¿ acaso no es un placer sentir, por ejemplo, el débil arrullo murmureante de las hojas deslizándose rápida o lentamente entre las yemas de los dedos o el opaco sonido con que responden las tapas cuando cerramos un libro o lo golpeamos ligeramente?…
Todos estos goces nos preparan y facultan para el goce del último, pero no menos importante, de los cinco sentidos: el reconocimiento palatal, la degustación y el saboreo sutil de todos y cada uno de los distintos elementos del libro. Es sin duda éste el más inaccesible e iniciático de todos los escalones, como ya se ha dicho, y representa en cierto modo, para quien logra acceder a él, la summa o síntesis de todas las excelencias y el punto culminante de la escala ascendente a la máxima delectación o éxtasis librario; la comunión total con el objeto deseado”.
“Las confesiones de un bibliófago” de Jorge Ordaz, Espasa Calpe, M, 1989, pp. 77-78.
El libro del bibliófago lo tengo que leer, aunque yo no llego a esos extremos…
A mi me gustó mucho, leerlo.