És curiós observar que el llibreter de vell té mala fama…La fama d’estafadors ve pel nostre marge de beneficis. Precisament, tot llibre que comprem és nostre i no tornable a ningú, per què ningú no es responsabilitza d’allò que ens acaba de vendre, tant si els llibres no els compra ningú, tant si els llibres estan incomplets. Només entre els comerciants, i de vegades, si en compres un, i està incomplet, se’n fan responsables del que t’han venut”.
Entrevista de Romà Seguí a Robert Pérez Ibarlucea propietari de la Llibreria Auca de València, a Métodos de Información de Maig de 1998; pp. 34.
“ Pasados algunos años, surgió el comprador de libros de buena fe y movido sólo por un entusiasmo noble y desinteresado. Llamóse don Jaime Andreu y Pont, y no hay ciertamente bibliófilo de la generación actual que no recuerde su autoridad y su trato abierto y comunicativo. Empezó coleccionando grabados de autores catalanes. En su inexperiencia, arrancó portadas, viñetas, cabeceras, letras capitales y hasta colofones de libros raros, que quedaron así mutilados y sin valor alguno. Recorrió toda España, pagando a buen precio todo cuanto encontró disperso, y pudo reunir así una colección de grabados y de libros rica e interesante a la vez. Dice Antonio Palau, a este propósito: ‘Su casa, donde todo el mundo tenía acceso, era un mercado abierto a las compras, ventas y cambios, siempre a gusto del cliente. Y así, no faltó quien abusaba de las nobles cualidades de Jaime Andreu dándose el caso de siempre, entre la mayoría de los aficionados, de que siendo personas de una reputación inmaculada, incapaces de tocar al más leve interés del prójimo, tenían sus complacencias engañando al negociante. Y todo para que al mostrar satisfechos sus adquisiciones puedan alabarse de haberlas pescado baratas. Con Andreu se repetía a veces el siguiente ardid: un cliente cualquiera le compraba un libro y al siguiente día aquel se lo devolvía con el pretexto de que le faltaba una hoja, ( que el cliente había arrancado y retenía en poder suyo). El bueno de Andreu, devolvía el importe del libro, que quedaba como mercancía invendible en manos del vendedor. El cliente dejaba pasar algún tiempo, después del cual se presentaba a Andreu, diciéndole: ‘Este libro no lo venderéis jamás, por ser defectuoso; si me lo cedéis por cinco pesetas, me quedaré con el’. Lo mismo ocurría si el comprador ofrecía solamente dos; el libro era ya suyo, y al regresar con él a su casa, le añadía la hoja sustraída, y así con poco dinero, lograba obtener un ejemplar rico y completo”.
Article d’Arturo Masriera a La Vanguardia, en la secció Artículos y Comentarios i parlant “ De la Barcelona Ochocentista” amb el títol “Los compradorers de libros”, a la pàgina 12 del dia 26 de juny de 1923.
Vaja un pirata el segon cas!
Si sembla que no era l’únic i sembla també que encara en queda algun.