“ Qui compra en una llibreria de vell? Tot aquell que vol ampliar els seus coneixements sense que es ressenteixi la butxaca. Per pocs diners, estudiants i afeccionats a la lectura poden trobar exemplars molt interessants sobre la temàtica més diversa. Són llibres usats sense cap importància per a qui se’n va despendre’n però que poden constituir una autèntica troballa per a qui l’adquireix de nou.
Tanmateix el llibreter de vell treballa molt per encàrrec. Historiadors i col.lecionistes li demanen la recerca d’un o diversos llibres, no necessariàment antics, però dels quals es troben molt pocs exemplars i hi ha molta demanda. Hi ha mercaderia que C. troba i l’exposa a la seva llibreria ‘ la meitat de les vegades ja tinc qui m’ho demana abans de trobar-lo’”.
La Fura de Mataró, febrer 1997. Dossier: “ Traficants de lectures”, pp. 5.
“ Como la caza, el coleccionismo es una actividad onerosa y en gran medida estocàstica: el azar – si se quiere, la suerte – desempeña un papel importante ( en ocasiones, la llamada suerte del principiante, y a veces, donde menos piensa el galgo salta la liebre), pero aún más el acierto o la puntería: hay quien pone la bala donde pone el ojo y hay quien marra el tiro, o le sale por la culata, o resulta ser el cazador cazado, o le dan gato por liebre, o vuelve con el rabo entre las piernas, o le sale la galga mal capada ( frases hechas cuyo sentido metafórico sería impertinente explicar al discreto lector).
Todos sabemos que hay caza mayor – con homologación de trofeos incluida – y caza menor, que no siempre es más fácil pero tiene menos prestigio: entre los coleccionistas también podría distinguirse entre piezas de caza mayor ( las mejores, por lo común sólo al alcance de los ricos, y de los furtivos) y de caza menor, las únicas que puede permitirse el pobre. Y aunque lo ignoro todo sobre estrategias venatorias, creo que unas veces se caza a la espera – pasivamente – y otras se trata de buscar, seleccionar y perseguir al animal para abatirlo ( a esto lo llaman caza a rececho); me faltan conocimientos e ingenio para prolongar la alegoría a la caza con galgo ( o hurón), a las monterías, a la cetrería… Con los objetos de colección, incluidos los libros, pasa igual: la caza a espera tiene su paralelo en la compra por catálogo de librería ( aguardamos en casa a que el cartero nos aporte nuestra dosis diaria para chutarnos, se nos llena el corazón de gratitud los días que trae más material del esperado, lo maldecimos si sólo reparte propaganda). En cambio, otras veces buscamos y perseguimos las piezas – algunas, años y años – por librerías, ferias, salones, etc, a menudo sin éxito.
Lo mismo que decimos de los bibliófilos puede predicarse de los libreros: ellos cazan/pescan nuestro peculio a espera – instalados en su local – o activamente, elaborando catálogos y enviándolos a los potenciales compradores, tras lo cual viene el momento de abatir las piezas ( nosotros, que llamamos pidiendo libros, es decir, cayendo en el garlito). También hay furtivos y tramperos – algunos incluso utilizan artes ilegales, como los cepos loberos o las redes de deriva -, que no sé si tendrían su correlato en las trampas que a veces tienden los libreros ( en catálogos y en librerías: luego hablaremos de ellas). Tampoco el bibliófilo es un ser angélico, y si puede engañar al librero, vive Dios que lo hará ( probablemente, con un especial placer, ya que el bibliopola es su principal depredador, por utilizar terminología ecologista). En definitiva, que impera la ley de la selva ( aunque todos aparentemos ser muy civilizados), que el pez grande se come al chico, y que por supuesto el coleccionista adinerado se lleva la parte del león”.
Mendoza Díaz-Maroto, Fco: La Pasión por los libros. Un acercamiento a la Bibliofilia, Espasa Calpe., Madrid, 2002, pp. 38-39.